Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral
La tolerancia a otras ideas es un valor esencial para la civilización moderna; pero, actualmente, vemos cómo la polarización ha alcanzado niveles peligrosos que afecta la cohesión de una sociedad libre. Hoy día, cualquier idea que nos choque, incomode o desagrade, caemos en la trampa de desacreditar y atacar a la persona que piensa distinto, en lugar de debatir con argumentos sustentados. El peligro radica en creer que únicamente nuestras ideas son las correctas, en creer en que sólo lo que nosotros sentimos es válido, y en que sólo lo que nosotros creemos es verdadero. Esto no es nada nuevo y ha acompañado a la humanidad desde nuestros primeros pasos en la Tierra.
Pero nunca antes el ser humano había tenido que lidiar con el colosal efecto que han tenido las redes sociales en nuestras vidas individuales y en sociedad. Basta con navegar unos minutos en cualquier red social para darse cuenta que se ha perdido la capacidad de escuchar y debatir de forma racional. Las redes sociales son un arma de doble filo. Su lado benévolo radica en que le han dado una voz a muchísima gente y grupos sociales que antes no les era posible. A excepción que uno fuese una persona famosa, nunca antes podíamos expresar nuestros pensamientos a miles – incluso a millones – de personas en segundos. Hoy en día, si una publicación se vuelve viral, un abuso de autoridad cometido en Bangladesh puede ser condenado en Buenos Aires, Argentina.
El lado negativo radica en que, como decía el brillante filósofo y escritor italiano Umberto Eco, las redes sociales han empoderado a “legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel.” Las redes sociales propician un torrente de información que inunda, aturde, atemoriza, (y paradójicamente) confunde.
Antes la censura funcionaba cuando las autoridades perseguían a quienes divulgaban información que consideraban perjudicial al régimen del momento. La información era escasa y relativamente fácil de controlar o evitar una propagación masiva. Ahora, los papeles se invirtieron. La masificación de la información imposibilitó la censura. Ahora, la forma más astuta que tienen los gobiernos (o cualquier grupo de poder) de crear confusión, miedo, pánico o inseguridad – para lograr salir beneficiados – es inundar las redes de información dudosa o francamente falsa. Antes la sabiduría consistía en tener disponibles distintas fuentes de información; hoy, la sabiduría (y la paz mental) radican en saber qué información descartar e ignorar.
Otro lado peligroso de las redes sociales es que fácilmente se puede difamar a una persona, negocio, empresa o institución pública a través de perfiles falsos, que se multiplican a ritmos alarmantes. Estos perfiles falsos creados con fines específicos de atacar y difamar (también llamados “netcenters”) dividen, enfrentan y polarizan la sociedad. También socavan la autoridad de las instituciones públicas y generan un ambiente de caos e inseguridad que puede ser hábilmente aprovechado por políticos sin escrúpulos. Muchos políticos crean confusión e inseguridad, para luego vendernos seguridad a través de proyectos de ley, que a la larga nos quitan nuestra libertad.
Es de vital importancia poder ver las redes sociales como una herramienta a nuestra disposición y bajo nuestro control y no al revés. En manos equivocadas, las redes sociales son muy efectivas para difundir el odio, el racismo, la intolerancia, el fanatismo y la desinformación, exacerbando la división entre “ellos” y “nosotros”. Al final, ¿No somos todos “nosotros” el “ellos” para alguien más?