Arlena Cifuentes
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Si hay un pecado mortal del cual todos somos copartícipes y cómplices es el de permitir que los habitantes de nuestro país hayan y sigan siendo objeto del más vil de los engaños: la mentira tejida alrededor del 15 de septiembre de 1821 fecha en la que “celebramos nuestra independencia” como colonia de la monarquía española. Es este el punto de partida de la distorsión de nuestra historia, todo lo escrito hasta ahora conlleva una distorsión de nuestra realidad histórica. Desde aquí se nos fragmenta y se nos manipula alejándonos de la verdad, aumentando nuestra ignorancia haciéndonos creer toda una sarta de mentiras que hoy seguimos permitiendo se traslade a la niñez como parte de programas de estudio obsoletos que únicamente aseguran nuestra pertenencia al subdesarrollo. ¿A quiénes conviene que continuemos en la oscuridad, en la ceguera que no nos permite abrir los ojos?

Ciento noventa y nueve años de creernos el cuento de que somos independientes, nada más alejado de la realidad. Como sucede en la actualidad fueron los intereses de quienes detentaban el poder económico de la época los más interesados es desligarnos de España. Fueron pocos los que realmente estuvieron involucrados en el acto de independencia y que para concretarse como tal tendría que haber partido de la voluntad política de realizar un cambio contundente en las condiciones de vida de la población, lo cual no sucedió sino más bien acentuó las diferencias de clases vedando así el derecho a la educación y al desarrollo del conocimiento. La celebración del bicentenario de la independencia debe conllevar en sí la redacción y publicación de la verdadera historia de lo acontecido y su distribución gratuita con alcance nacional sobre todo en los centros educativos privados y públicos hasta el nivel universitario. Y es que solo conociendo e interiorizando nuestra historia podremos ser capaces de comprender las razones del porqué somos como somos y del porqué de nuestro desalentador presente. Es urgente que las nuevas generaciones sean capaces de discernir de sentir a flor de piel la realidad, la pobreza y miseria en la que viven las mayorías, rechazando todo acto de impunidad, de corrupción, de oportunismo asumiendo un compromiso en la búsqueda de la justicia. Guatemala necesita construir ciudadanía, hombres y mujeres probos. La reforma educativa es imperativa.

Hoy más que nunca, podemos afirmar que Guatemala no es libre, soberana ni independiente. Esta afirmación posiblemente me condene pues hay muchos a quienes disgusta que se devele la realidad en la que estamos inmersos la cual no corresponde únicamente a la falta de escrúpulos de la clase política sino también a una buena parte del empresariado guatemalteco entre quienes se tejen cada vez más los contubernios y los intereses oscuros. No se puede dejar fuera nuestra dependencia de los países grandes que nos imponen acciones y restricciones; así como de los organismos internacionales. Es decir que hablar de libertad y soberanía nos queda muy grande.

Este año, uno de los más infaustos, me pregunto qué “independencia” hay que celebrar, tampoco en los anteriores pero hoy es más evidente. Con un gobierno como el actual, dando traspiés –para muestra la exministra de cultura, el flamante exministro de salud, muy bien premiado- que ha demostrado incapacidad total en el manejo del país; con millones de desempleados y gente sobreviviendo en condiciones paupérrimas en el marco de una pandemia provocada por el coronavirus totalmente desatendida y por la cual hasta nuestras almas han sido endeudas.

Personalmente me esforcé de hablarles con la verdad a mis hijas y también a mis nietos, consecuentemente sobre la importancia de construir criterio en todas las áreas de la vida pero principalmente en el qué hacer nacional, lo cual trae consecuencias pues somos voces disonantes que desagradan en la Guatemala oprimida en donde disentir está prohibido.

¡Nuestros dueños son incontables!

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