Oscar Clemente Marroquín
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Otto Pérez, como todos los seres humanos, cometió muchos errores pero sin duda ninguno tan costoso para él y su querida Vicepresidenta que no haber descubierto y nombrado como Fiscal General de la República a la abogada Consuelo Porras porque, de haber sido tan chispudo como Jimmy Morales, no sólo no estaría ahora en el Zavala sino que podría vivir gozando de libertad y de los abundantes recursos acumulados durante años de una variada función pública. Porque aunque la CICIG hubiera avanzado con los casos en su contra, a partir de los negocios de Roxana Baldetti, sin la colaboración del Ministerio Público no hubieran llegado a las instancias que obligaron a su renuncia y posterior encausamiento.
Cierto que Jimmy Morales tuvo la ventaja de tener a la vista la experiencia del error de Pérez Molina al nombrar a Thelma Aldana y por ello él y todos los empeñados en acabar con la lucha contra la corrupción fueron más exigentes a la hora de tener que escoger a la persona que se hiciera cargo del Ministerio Público, pero la verdad hay que reconocerles que supieron hacer una elección que me atrevo a calificar como perfecta, porque no ha permitido que ni un solo caso serio sea debidamente investigado, salvo en aquellas circunstancias en las que ella le podían pasar factura a los que de una u otra manera fueron parte de ese esfuerzo por destapar la cloaca en que fue convertido el país por la forma y la cantidad de negocios que se realizan con quienes ocupan el poder.
Y por ello es que no extraña que doña Consuelo esté en primera fila para la futura designación del próximo Fiscal General porque no se le puede negar que sabe hacer el oficio que le han encomendado y que además tiene una lealtad a toda prueba. Ni siquiera la presión de los Estados Unidos la hace tambalear y se enfrenta con decisión a quien haga falta para mantener esos “principios” que la hacen tan valiosa.
En cambio Otto Pérez Molina se atuvo porque pensó que la historia del país no podría cambiar. Además a la CICIG se le veía más como un ente para investigar otro tipo de delitos y no parecía que el de la corrupción entrara en su radar, por aquello de que su misión era la de investigar aparatos clandestinos, supuestamente vinculados con crímenes contra los derechos humanos. Pero resultó que esos aparatos clandestinos fueron mutando, hasta convertirse en parte del crimen organizado para saquear al país y cuando la CICIG y su jefe, Iván Velásquez, les pusieron el ojo, encontraron en el Ministerio Público a un excelente aliado que no sólo coadyuvó con la investigación sino que jugó su papel con la persecución penal.
Ya hubiera querido Otto Pérez ser tan precavido como fueron los que montaron el ataque final para acabar con la lucha contra la corrupción. Y de verdad es de reconocer el buen ojo que tuvieron y que ahora hace que hasta el mismo Giammattei tenga a la cabeza de la lista de potenciales Fiscales a la misma Consuelo Porras, quien se ha ganado a pulso el derecho a ser reelecta.