Mario Alberto Carrera
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Partamos de este enunciado o acaso conclusión de un silogismo o razonamiento tal vez axiomático: la masa no es el pueblo, la gente del común o de a pie. La masa es una manera de ser (inmoral, amoral o de moral al Macchiavelli) cuyo síndrome se puede auscultar o presentar de bulto en cualquier estamento o estrato social como en la vil clasificación citadina de Bogotá. Cuando con Ortega digo “el hombre masa” –refiriéndome a una parte de la humanidad cada vez más deshumanizada y admiradora de robots- tal sindicación o estilo de etiquetar va cargada de desprecio, lastima y lamento pero no (como se podría suponer por los remiendos en sus raídos pantalones y decoloradas o desgastadas camisas de la mayoría de guatemaltecos) si no por el oropel -o el auténtico oro de 18 y 24 quilates- mal obtenido en transas y perversiones sobornadas. En compra venta de funcionarios y empleadillos. En el estulto envilecimiento de los mimados señoritos de “las familias” como Giammattei Falla-Martínez (o Sinibaldi Aparicio) o la alienación sin límites de coroneles o generales cual los Ortega Menaldo, comprados por la siniestra sombra de la cocaína o por la antigua Red Moreno.
¡Ellos son masa! Esa es la masa de la que se puede hablar con mayor claridad desde Ortega y Gasset pero que el mismo Ortega reconoce que se le nombra así desde bastante tiempo atrás. A Partir del siglo XVIII en que el capitalismo irrumpe con un poder colosal para podrir al mundo y llenarlo de roñosas ambiciones por ¡adquirir y adquirir, comprar y comprar cosas y conciencias!, en el que llegará a ser el mayor mercado consumista que nos obliga siempre a tener ¡más!, y nunca más ¡ya!, a ser. En el que el hombre será cada vez más bestia (en una regresión insospechada donde se ponderaba al progreso) y en el que las Humanidades se hundirán en el desprecio a ellas por una masa que prefiere los emoticones de corazones -que palpitan en el teléfono- a decir ¡te quiero!, aunque sea en un soneto improvisado y malo, pero construido con la palabra que ha puesto nombre al mundo.
La masa guatemalteca es de las más densas y compactas -del continente- en su suprema ignorancia y su fenomenal altivez en contraste paradojal. La masa guatemalteca está llena de corrupción e impunidad en todos los niveles de su edificio mal pergeñado ¡y maldito ya por el karma!, y ello es celebrado, auspiciado, alcahueteado y hasta animado y exhortado en “la familia sí importa”, en el seno de la “Guatemala inmortal” -donde se cree todavía que el concepto unidimensional de familia no evoluciona sino que es inmutable como este país- y en cuyos seno acojinado y muelle de la “Fundación contra el Terrorismo” se defiende el genocidio y se asusta con el viejo fantasma del comunismo ateo.
Eso es ser masa.
Y la masa es como la carcoma, como la polilla o como la miseria: donde y cuando entra ya no sale. Esto no lo dice Ortega. De ello me responsabilizo yo. Es decir, de concluir enfático y contundente en esto. Una vez que permitimos la masificación capitalista-socialista-populista (que se da esa mezcolanza claro que sí) del humano, ya no hay salida. Entramos en un cul de sac. Y allí estamos acorralados por señoritos satisfechos como los Giammattei-Martínez y por acres como Sinibaldi Aparicio que regresa con curvo rictus de aflicción, canas y delgadez diabética. Así retorna la masa cuando es derrotada por su mismo sistema.
La masa contra Leviatán. Dos monstruosos titanes que acabarán el uno con el otro en batalla singular para el anunciado final de la humanidad. Que no sólo de la Historia, como dice Francis Fukuyama a la sombra de Hegel.