Mariela Castañón

mcastanon@lahora.com.gt

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, once años de ejercicio periodístico en la cobertura de niñez, juventud, violencias, género y policiales. Becaria de: Cosecha Roja, Red de Periodistas Judiciales de América Latina, Buenos Aires, Argentina (2017); Diplomado online El Periodista de la Era Digital como Agente y Líder de la Transformación Social, Tecnológico de Monterrey, México (2016); Programa para Periodistas Edward R. Murrow, Embajada de los Estados Unidos en Guatemala (2014). Premio Nacional de Periodismo (2017) por mejor cobertura diaria, Instituto de Previsión Social del Periodista (IPSP). Reconocimiento por la "cobertura humana en temas dramáticos", Asociación de Periodistas de Guatemala (2017). Primer lugar en el concurso Periodístico “Prevención del Embarazo no Planificado en Adolescentes”, otorgado por la Asociación Pasmo, Proyecto USAID (2013).

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Mariela Castañón
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El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), compartió datos estadísticos importantes el año pasado, sobre la situación de la niñez en Guatemala, donde destacó que diariamente un promedio de 40 niños o niñas quedan huérfanos por la muerte violenta de alguno de sus padres.

Pensaba que la situación de la niñez en orfandad muchas veces pasa desapercibida en un país tan violento, donde en solo siete meses de 2020, han muerto 1 mil 429 personas a causa de heridas provocadas por arma de fuego, arma blanca, estrangulación y linchamiento, entre otras, según el Ministerio de Gobernación (Mingob).

Sin embargo, detrás de cada muerte violenta hay una historia, una familia y un contexto, como el de los menores de edad que quedan sin alguno de sus padres, o en el peor de los casos sin los dos.

La niñez en orfandad siempre es la que sufre las consecuencias de esta violencia, porque se queda sin la protección y el amor del papá o la mamá que los cuidaba, pueden incrementar los riesgos en el mismo hogar, viven en precariedad o violencia, y en el peor de los casos pueden ser institucionalizados en un hogar de protección público o privado.

En los últimos años, he conocido la realidad de algunos niños, niñas y adolescentes (NNA), como el caso de los hijos de trabajadores (as) de la Policía Nacional Civil (PNC) y de pilotos del transporte público, dos sectores lastimados por la violencia y el riesgo que representan sus funciones en un país con altos índices de criminalidad.

Preocupa que a la fecha no exista ningún tipo de apoyo para las familias que regularmente captan la atención del Estado y la sociedad, solo cuando ocurre una muerte violenta, después se olvidan.

Hace unos días escribí un reportaje sobre 766 NNA, hijos de policías que han quedado en orfandad. Además, conocí el caso del agente Carlos Carías, quien falleció el 16 de abril de este año en San Cristóbal Verapaz. El PNC dejó a un bebé que tenía un mes de vida cuando murió, así como a su esposa. La situación de la señora y su niño no ha sido nada fácil.

Sin embargo, después de todo, hay una respuesta a esta situación, que podría considerarse oportuna y es la posibilidad de que estos niños sean incorporados a programas sociales, valdría la pena que se logre, porque han pasado tantos años y administraciones, sin que nadie haya prestado atención a las necesidades del personal policial fallecido y sus familias, cuando debería ser prioridad.

En este mismo tema, pero en una visión más integral, sería importante realizar un censo de toda la niñez huérfana del país y analizar cómo se puede apoyarles desde el Estado y la sociedad misma. Es necesario conocer las necesidades y tratar de restaurar las vidas de quienes han perdido a un ser querido por la violencia.

Estas necesidades van desde alimentación, becas de estudio, vivienda, asistencia médica y psicológica, que tanto hace falta. Estos temas nos competen a todos porque somos parte de Guatemala y debemos buscar mecanismos para transformar la realidad que tenemos.

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