Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Ayer terminó la convención del Partido Republicano de los Estados Unidos en la que fue proclamado como candidato a la reelección el Presidente Donald Trump y, completadas ya las fórmulas de los dos partidos, arranca una campaña que promete ser feroz y que, paradójicamente, puede ser al mismo tiempo la más importante que se libre en la historia de ese país porque lo que está en juego es mucho más importante de lo que pudo darse en anteriores contiendas, especialmente en términos de la subsistencia del modelo democrático que por generaciones fue motivo de orgullo para todos los norteamericanos que se daban el lujo hasta de querer exportar e imponer en otras regiones su sistema político, basado no sólo en la concepción que tuvieron los llamados padres de la Patria en su declaración de independencia, sino consolidada a lo largo de muchos años en los que se fue perfeccionando un sistema basado en pesos y contrapesos que impedían que alguien pudiera acaparar el poder en forma absoluta.

Obviamente esta campaña se centra más en la personalidad de los dos candidatos presidenciales que en programas y oferta política. De hecho en el Partido Republicano decidieron no proponer ninguna plataforma para el período 2021-2025 y simplemente dijeron que mantienen vigente la que presentaron durante la campaña del 2016, pasando por alto que en este año se produjo una seria crisis no sólo sanitaria sino también económica que ha tenido profundas repercusiones en la vida de los norteamericanos y que demandará acciones y políticas muy concretas para garantizar los servicios de salud y para reactivar la economía de un golpe que todos consideran más severo que el provocado en el 2008 por la crisis financiera que derrumbó los mercados y puso a temblar al mundo.

Será esta una campaña de ataques personales como ya se pudo ver durante esta semana en la que no hubo propuesta pero si una andanada de “advertencias” sobre el efecto fatal que, según Trump, tendría elegir a Joe Biden. Y por el otro lado, aunque existe una plataforma, es obvio que todo gira alrededor del daño que Trump le ha hecho a la democracia con sus actitudes de tiranuelo de tercer mundo usando, entre otras cosas, a la justicia para castigar a sus enemigos y perdonar a sus amigos, hecho impensable en la tradición democrática norteamericana, como lo fue además el que los funcionarios públicos se mantenían al margen de las campañas políticas, cosa que ahora pasó a la historia.

Pero es indudable que Estados Unidos nunca se ha jugado su futuro tan seriamente en ninguna elección como ahora y lo prueba el hecho de que esta vez está latente el grave riesgo de que se produzca un fraude electoral y, por primera vez el tema de si el presidente en ejercicio acatará un resultado adverso forma parte del debate político en ese país.

Queda ya la recta final de la campaña para descifrar la incógnita del futuro de la democracia norteamericana y serán semanas de marimbazos a diestra y siniestra.

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