René Arturo Villegas Lara
Desempolvando viejas novelas del escritor español Pío Baroja, me encontré una denominada La Busca, que es una narrativa de la vida diaria de la sociedad española de su tiempo. En ella he subrayado un diálogo que me pareció sugestivo:
-Vivimos en un país de saldo.
– ¿Cómo de saldo? No te entiendo.
– Un país de saldo, sí. A mi España me da la impresión que compra sus instituciones y su civilización en una prendería. España… compra Ideas viejas, como nosotros compramos capas usadas en casas de préstamos.
Dándole un giro a esa idea de los saldos que dice Baroja, recordemos que en contabilidad se estudia que hay saldo deudor y saldo acreedor. El saldo acreedor no tiene problemas; más bien da satisfacciones. El deudor es el que preocupa porque representa obligaciones pendientes de cumplimiento y si somos responsables, agobia tener saldos por pagar. Pues bien, así funcionan también las sociedades de muchos países, sobre todo si se le ubica en el llamado tercer mundo y ya casi llegando al cuarto. Cuando se quiere saber cuál es la situación patrimonial de una empresa, se recurre a una auditoria y así funciona también los países, solo que aquí la auditoria social son los hechos que produce la madre naturaleza; y entonces sucede que se produce un diluvio y la mucha lluvia destruye las siembras y los campesinos pobres resultan más pobres, o un terremoto, una erupción, incluso una guerra o este coronavirus que vino a afectar a todo el mundo, y que impacta más en países como Guatemala, con un desarrollo humano de a saber qué mundo, con saldos deudores que vienen desde siglos. Y lo que da desolación es que tengan que suceder esas catástrofes para darnos en dónde estamos en materia de salud, de educación, de sistema legal y de tantas deudas que es complicado enumerar. Por ejemplo, ahora con esta deprimente pandemia, la realidad demuestra que tenemos un atraso enorme en materia de salud, no obstante ser un derecho fundamental de las personas. Escuchaba en un programa que la pandemia a afectado menos a Uruguay y a Costa Rica, cuya deuda en materia de educación y atención primaria de la salud es baja y por eso es que la proliferación del mal es menor y, sobre todo, la gente está educada para poner en práctica la solidaridad social. Ocurre que a un volcán se le antoja arrojar lava y cuando se destruyen poblaciones que viven en condiciones precarias, nos venimos a dar cuenta que el índice habitacional también es precario y que la pobreza anda por todos los rincones del territorio, como lo evidencian los estudios de desarrollo humano que periódicamente hace el PNUD. El presidente Mujica, durante fue presidente de Uruguay, siempre se condujo es su escarabajo, mientras que en estos países se gasta el erario en carros, en sueldos desproporcionados, en gastos de representación y, en fin, en desperdicios. ¿Y la catástrofe institucional? Se gastó mucho cerebro durante siglos en crear las instituciones republicanas, para que ahora venga un puñado de mediocres a destruir lo que Rouseau, Montequieu, Bodino y podemos llegar hasta Aristóteles, se esforzaron en legarnos ideas de cómo construir una buena manera política de de vivir. En nuestro caso, cuando vemos la destrucción de la institucionalidad, uno se pregunta: ¿En donde el constitucionalismo? ¿En dónde el respeto a la existencia de un verdadero Estado constitucional de derecho? Quizá por eso mi admirado catedrático de derecho penal, el doctor Rafael Cuevas del Cid, un día tiró a la calle todos los libros de Derecho que tenía en su biblioteca, en señal de protesta por esta deprimente realidad. Y esta pandemia es una auditoria social que refleja que vivimos en un país de grandes saldos por pagar y los deudores somos todos. No se salvan ni las estatuas que adornan la Avenida la Reforma.