Mario Alberto Carrera
A medida que crece el placer crece el dolor como un karma bifronte, como una contradicción en rojo y negro; como una antinomia que entraña contradicciones infinitas o, finalmente, como un dilema que quema con gélido fuego: oxímoron absurdo pero verdadero.
Se escala la cumbre más alta del placer en el amor orgásmico y puede ser que se escale (escala invisible, alevosa y torva como el cuervo de Poe) que se escale también hacia Venus que es venérea. Deseada -no obstante- por el placer que es amor y muerte. Venus venérea de la tisis por el beso de la traviata; por y la sífilis de reyes y lacayos y acaso de nuestros ancestros inmediatos. Y después, por el fantasma que azotó ya nuestras vidas: el sida (virus pariente del corona virus 19) que en medio de placenteros gemidos arrastró a los amantes del amor a ultranza enceguecidos ¿sexo adictos y poli amorosos tan de moda? Y es que el disfraz de la muerte silente –en este caso- es el amor; y lo es, aún más, cuando la mujer adúltera es descubierta con el bello amante. Ego ipse.
Bajo la carpa colosal de la pandemia 2020 el amor de Eros dionisíaco o de Venus (Afrodita afrodisíaca) la pasión no puede dar de sí, no se dilata ardiente; se ejerce autocautiva. Porque además, cómo burlar los cotos, los fueros del confinamiento, del no desplazamiento, de los eternos fines de semana en calabozo y del toque de queda cuya sensación psicológica del tiempo se tornan tan alongados como ensoñación de la dulce y dorada marihuana, sin el cuerpo del amado fuerte y vigoroso o de la amada frágil y entreabierta como la vulva de Courbet.
Pero, ¿y qué son –a profundidad y sin banalizaciones- el amor, la muerte y la fragilidad humana en esta pandemia que no acaba y cuya presencia indómita nos doma en cambio y nos domina soberbia y arrogante?
“El Simposio” lo convoca Agatón para el placer de comer y beber; y debatir sobre algún tema de amor-a-la-sabiduría. Y al ponerse a escoger lo convidados al banquete, eligieron repensar al Amor para negar acaso a la muerte. Repensar a Dionisos nietzscheano (mucho más tarde en “El Origen de la Tragedia”) en una especie de simposio y alabanza filosofal del cabrío macho o de ágape calmado y tierno. Philia erótica: Filosofía o Teoría del Amor que es el banquete desde cáritas hasta Dionisos Eros que puede inducir al delirio o a la manía: invencible refriega ingobernable que hoy se induce inhalante por el poppers peligroso.
Y una de las conclusiones más válidas de “El banquete” es que Eros es el más antiguo de los dioses. Ni Zeus mismo existiría sin Él. Ni siquiera Cristo: unión perfecta del Espíritu de Dios en una Virgen esclava del Señor.
Y la segunda pregunta: ¿Y la muerte qué es? Nadie lo puede decir porque nadie vive ni vivirá su muerte. Sólo se teme y cuando se acerca masiva y prepotente como ahora entre nuestros huesos y sombras, muchos clamamos a Eros porque el placer reclama sus espacios –paradigmática antinomia- precisamente porque la muerte amenaza las últimas instancias de la concupiscencia y entonces nos volvemos más ardientes. Eros que niega a Tánatos mortal en estos días de umbrosa pandemia.
Ha dicho Calderón: “¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/ Una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño/ que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son.”
¿Y qué tal entonces que lo que sueño es mi propia vida o mi vida que me sueña a mí, como en el cuento de Chuang Tuzú y su onírica mariposa?
La pandemia encarcela al amor pero el amor salta las trancas y se convierte en la encarnación del sátiro dios. ¿Sueño o es que veo a las ninfas huir?