Mario Alberto Carrera
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Masas son los grandes grupos sociales –generalmente muy heterogéneos- que se funden y se confunden entre sí, que tienden a razonar poco por pereza mental. Se oponen dialécticamente a los grupúsculos de élite; de élite por su dinero o, plausiblemente, por su instrucción casi siempre tecnológica. Raramente humanística.
Siempre han existido masas y élites: tesis y antítesis. Generalmente las segundas (élites burguesas) contienen enormes segmentos de altiva ignorancia y ofician la desinformación. Las masas son dominadas por las élites. Las masas no gozan del bien común. Sin embargo, las clasemedieras se imaginan que viven en democracia y ejercen su berrinche desde las redes sociales, hoy.
La ignorancia masificada (la masa) se imagina inteligente porque muchos de quien la integran manipulan –con una habilidad apabullante para mí- computadoras en todos sus deslumbrantes programas, tabletas y, no digamos, teléfonos “inteligentes” cuyo tecladito a mí se me hace un galimatías. La segundas, las de élite son las que se creen (pero también masas según Ortega) aristócratas de sangre y de etnia (el típico discriminador) que manosean la información -que no es tal- sino que es ¡su!, “verdad”, desde los medios masivos de comunicación, como los canales 3, 7 u 11 al servicio de quien mejor les pague: burda compraventa de “la verdad”. Hay casos que se escapan a esa corruptela-ambiente como La Hora.
La Prensa de Guatemala en general, ha funcionado históricamente montada sobre el podrido andamio del soborno y del cohecho que hoy se refina de ida y vuelta (medio y anunciante) con la diversa tecnología digital, que ha vuelto todo más de visualización que de conceptualización: emojis y ¡emojipedia! que encogerán el cerebro humano hasta hacerlo regresar a la prehistoria. Y, por si fuera poco, apps o aplicaciones de una variedad insoportable que conducen a la dependencia y a la adicción y a un estulto ensimismamiento. Las elites: Ejército, políticos (los del Pacto de Corruptos, p.ej) y anquilosada oligarquía inmutable-encomendera, son los nietos “degenerados” del señorito satisfecho orteguiano. Retratadas por Orwell, Bradubury y Burguess que, visionariamente, profetizaron el mundo de hoy, alienado por la posverdad y los hackers.
El otro día me preguntaban ¿por qué continúo otorgándole mejor función y derecho al libro impreso (de papel) y menos monta al libro y a sobre todo a las enciclopedias (copy paste a la orden) de la Internet? Porque el libro de papel es incorruptible y sus miles de copias ya publicadas no se pueden trucar con adiciones, modificaciones o alteraciones digitales a 10.000 Km. de distancia. O desde el satélite (Orwell-1984) propiedad de quien sabe quién: Putin, Trump, el Vaticano o la madre que los parió; archivo de todas las conciencias del mundo y desde donde nos pueden chantajear y amenazar y reducir como les de la puta gana (exclamación ya aceptada por la RAE). Además, les dije a los que “me preguntaron el otro día” que, detrás del monitor de tu PC (pantallas que vio Orwell que invadirían hasta los inodoros) está el Big Brother, rey del hacker y dueño absoluto de la “verdad” que impone sin ambages para desnaturalizar la esencia humana.
Pero volvamos al principio para terminar: los internautas ¡tan lejanos de los argonautas!, pregonan –sin pudor mental- lo que “genialmente” opinan. Adornando sus escritos con innumerables perritos, gatitos, bíceps y besos y corazones palpitantes. ¿Pero dicen “algo”?
Allí está el quid del asunto. Todos opinan. Todos pontifican. Todos critican y dan veredictos y no digamos asesorías y dictámenes. Y como la opinión munícipe es galopante y arrogante, la de los que en cambio realmente podrían decir con base sólida (piedra clave de la historia) qué es los que está ocurriendo o ocurrirá, es acallada por la turbamulta de las redes sociales que, además, se ahogan unos a otros.
La masa “internetiana” es incontenible como incontenible es el resultado: “El planeta de los simios”. O el tiempo circular que regresa a sus inicios.