Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En Estados Unidos se ha dicho que el coronavirus vino a convertirse en el revés político más grande del presidente Trump porque su forma de manejar la crisis, desde el principio, se tradujo en la explosión de casos que ha convertido a ese país en el que no sólo presenta mayor cantidad, sino también más muertes relacionadas con la pandemia. La escasa importancia que el gobernante asignó al principio a los contagios, afirmando que el “virus chino” desaparecería rápidamente, le ha pasado factura política, sobre todo ahora que muchos estados se apresuraron a abrir su economía, sin mecanismos como el distanciamiento social y el uso de mascarillas, y los casos se han multiplicado llegando a cifras realmente espeluznantes.

El coronavirus trajo la recesión económica y el desempleo se disparó, destruyendo lo que era el caballito de batalla de Trump hacia su reelección. Hasta el tema de los migrantes, que era su otra baza, pasó a segundo plano porque el virus redujo el número de personas que abandonaban sus países para ir a Estados Unidos. En otras palabras, su forma de manejar esa crisis, típica de su manera de actuar, le provocó un descalabro que, sin embargo, no puede considerarse definitivo porque en cuatro meses que faltan para la elección podrían cambiar ligeramente tanto la pandemia como la economía.

Pero cosa distinta ocurre con lo que pasó en los últimos días, cuando se difundió que el presidente fue oportunamente informado, por medio de los reportes de inteligencia que recibe diariamente, de la conspiración rusa para financiar a talibanes premiando a los que mataran a soldados de Estados Unidos. Eso sí puede tener efectos irreversibles porque no sólo no actuó para detener esa política rusa, sino que incrementó sus actitudes lambisconas hacia Vladimir Putin, dictador al que admira tanto como admira al joven coreano que lo usó como marioneta para consolidar su poder absoluto en Corea del Norte.

Los elementos de tropa en Estados Unidos son objeto de veneración por el pueblo que expresa su admiración y respeto por quienes “luchan por la libertad y la democracia” en cualquier lugar del mundo. Los veteranos reciben trato especial en todos lados y es notable hasta en los gestos la forma en que se dispensa tanta deferencia a los uniformados, sobre todo cuando el país vive alguna de las tantas guerras que ha librado a lo largo y ancho en el mundo.

La Casa Blanca ha tratado de decir que ese informe de inteligencia nunca llegó al Presidente y se esgrimen torpes explicaciones para justificarlo, pero lo que no pueden ocultar es que hubo desde los servicios de inteligencia una filtración que es producto del malestar que priva entre esa comunidad por el desprecio presidencial a su trabajo y por haber ignorado algo que puede haber costado la vida a soldados norteamericanos. Y el escándalo surge cuando ya está en poder de la gente el libro de Bolton donde relata que Trump no lee los informes de inteligencia ni le pone atención a los jefes de tales servicios, lo que pone la seguridad de Estados Unidos en gravísimo peligro, sobre todo si el Presidente sigue siendo el perro faldero de Putin como ha sido hasta la fecha. Y eso sí puede ser algo que jamás se le perdone.

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