Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral
Decidí escribir esta columna para conmemorar el Día del Maestro en nuestro país y hacer una reflexión de la situación nacional con base a mi propia experiencia. Sin duda alguna, puedo afirmar que la transformación más radical que he experimentado en mi vida ha sido a través del poder de los libros. He aprendido a conocerme, a dudar de lo que consideraba como verdades incuestionables y chocar de frente con muchos prejuicios que ni siquiera sabía que tenía. Ha sido tan radical esta transformación, que pasé de ambicionar una vida de lujos a querer dedicar el resto de mis días a ser profesor. No ha sido fácil, pero me ha traído más gratificación, tranquilidad y paz mental que cualquier otro trabajo que tuve.
Considero que ser profesor (no me gusta usar la palabra “maestro” porque entraña cierta arrogancia), es una de las profesiones más infravaloradas no solo en nuestro país, sino en nuestra región. Y no es ninguna coincidencia que esto derive en que seamos sociedades altamente racistas, machistas y violentas, con gobiernos marcadamente disfuncionales, corruptos y despóticos. Tampoco no es ninguna coincidencia que históricamente para el Estado de Guatemala, la educación nunca ha sido una prioridad. Al tener una sociedad abrumadoramente ignorante, servil y manipulable, las élites y las clases políticas tradicionales pueden mantener el sistema de explotación que han mantenido por siglos. La ignorancia y el servilismo son aliados fieles del subdesarrollo y la pobreza.
¿Cómo va a ser que estemos dentro de las diez economías más grandes de América Latina y la gran mayoría de escuelas públicas de todo el país se caen en pedazos? Peor aún, ¿de qué sirve estar dentro de las economías más grandes de la región si más del 50% de la población está en condición de pobreza? La educación y el desarrollo no han sido una prioridad del Estado, sino más bien ha servido de discurso político para ganar elecciones y perpetuar el círculo vicioso del enriquecimiento de una minoría a costo de la mayoría.
La educación es la receta más recomendable si un país quiere salir de la agonía del subdesarrollo. ¿Cómo es posible que Corea del Sur llegó a ser más pobre que Guatemala en la década de 1950, y hoy sea de las economías mas rampantes del mundo? Dentro de todas las medidas que tomó dicho país para alcanzar el “milagro económico”, hubo una fuerte apuesta a la educación. Corea del Sur llegó a invertir en 1982 hasta el 7% de su PIB en educación, mientras Guatemala en el 2019 (según datos del ICEFI) no invirtió más del 3%. Las cifras cobran un valor colosal al comprender el abismo entre el 7% del PIB de un país rico y el 3% de un país pobre.
Mientras en Guatemala persista el analfabetismo, seguiremos bajo la tiranía del subdesarrollo. Simultáneamente, si como sociedad continuamos apáticos y poco efectivos a la hora de fiscalizar y presionar al gobierno, la educación jamás será una prioridad. Entre tanto un diputado goce de elevados salarios y alimentación diaria al mismo tiempo que la niñez guatemalteca recibe clases en escritorios de block y sin comida asegurada, la pobreza será la única realidad posible. Si queremos heredar a las futuras generaciones una Guatemala distinta, tendremos que apostarle a la educación.