Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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Cada vez que veo una Cadena Nacional referente a la pandemia COVID-19, veo que la información y las instrucciones de confinamiento están muy claramente diseñadas y dirigidas a una Guatemala urbana, de clase media, que tiene acceso (aunque sea limitado) a servicios básicos de agua, electricidad, teléfono e internet.

Sin embargo, existe otra Guatemala. La marginal y la rural, que viven al día y con ingresos muy limitados, y que en general los perciben diariamente o en el mejor de los casos, semanalmente. Esta es una Guatemala que no tiene acceso a agua entubada (suena a burla decirles que se laven frecuentemente con agua y jabón las manos, ¿con que agua?, o que utilicen alcohol gel para desinfectarse), que no tiene refrigeradora, por lo que debe abastecerse prácticamente a diario de alimentos, principalmente en los mercados. En el caso de quienes viven en las áreas rurales del país y trabajan en actividades agrícolas, permitirles salir de sus casas hasta las 5 de la madrugada, como está estipulado en las disposiciones presidenciales que se vienen dando desde hace varias semanas, es una medida arbitraria que evidencia la ignorancia de los horarios del trabajo agrícola, sobre todo para pequeños agricultores.

Otro aspecto que ha ignorado nuestro gobierno es el hecho que aproximadamente 70% de la población económicamente activa de Guatemala se dedica a actividades dentro de la economía informal. Un gran porcentaje de estas personas vive al día, es decir, come de lo que salió a ganar a la calle ese mismo día, y no puede darse el lujo de quedarse aislado en su casa. Si tienen hijos (la mayoría), deberán llevarse a sus hijos con ellos a ganarse el pan, pues si apenas ganan lo suficiente para comer y tal vez pagar el cuarto o la champa donde viven, obviamente no pueden pagar a alguien para que les cuide a sus hijos. Estas personas, en su mayoría, no aplican a los programas de apoyo a la economía informal que tan rimbombantemente anuncian nuestras autoridades, debido a que no se encuentran registrados en sus respectivas municipalidades, ya que, si apenas les alcanza para comer, de donde sacarían para pagar un seguramente leonino arbitrio impuesto por las autoridades ediles.

Oscar Clemente Marroquín hacía referencia en su columna de ayer a un reportaje de la revista Time sobre la grave situación que atraviesan los peruanos en esta pandemia, con un elevado número de contagios que ha desbordado su precario sistema de salud, a pesar de tener estrictas medidas de confinamiento desde mediados de marzo. Pero, al igual que en Guatemala, las medidas fueron adoptadas pensando únicamente en las capas medias y el sector formal de la economía y nunca tuvieron conciencia de que una parte importante de la población del país vive una realidad muy distinta a la que vivimos nosotros, y que necesita salir diariamente a trabajar a la calle si es que quieren comer ese mismo día. No tienen opción. El gobierno debe readecuar sus acciones y su discurso pensando también en la “otra” Guatemala.

Errar es de humanos, rectificar es de sabios.

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