Raúl Molina
En el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en vigor desde 1948, se lee: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. El término “hombre” corresponde al ser humano, hombre y mujer, y se reconoce, aun por encima de la misma Declaración, que en caso de tiranía y opresión, cabe recurrir a la rebelión, como recurso supremo. Ese derecho a la rebelión fue el que respaldó las luchas revolucionarias de América Latina y el Caribe a lo largo del siglo XX y es el que alienta los estallidos sociales recientes de Ecuador, Chile y Colombia. Es igualmente el que enarbolan quienes protestan en todo el país contra el racismo de las autoridades de Estados Unidos, mostrado claramente en el homicidio de George Floyd en Minneapolis y en las estúpidas declaraciones del presidente incitando a la violencia contra quienes protestaban este hecho, así como actos represivos adicionales de las autoridades de policía en muchas ciudades del país. Para colmo, Trump utilizó propagandísticamente la Biblia y una iglesia simbólica de Estados Unidos, en un intento por ganarse a sectores cristianos, sembrando más división. Caricaturas políticas muestran a Trump, ya no construyendo el “muro de la vergüenza” entre México y su país, sino que en el interior de éste, para aislar, con él a su lado, a los grupos supremacistas, xenófobos y fascistas, y dejar por fuera a los sectores populares de Estados Unidos. La rebelión de la población ha comenzado allá, de manera espontánea, al prender fuego, frente a un acto más de racismo, el descontento social que se ha acumulado en los tres años y medio de desgobierno de los Republicanos.
La rebelión de los pueblos es obligada cuando se apodera del gobierno un tirano. El orden constitucional y jurídico ha sido pisoteado por Trump y ahora trata de mantenerse como presidente a cualquier costo, dispuesto a impedir en noviembre el ejercicio limpio del derecho al voto, así como a robarse las elecciones lanzando a los militares a las calles. Ya varios políticos Republicanos se han desligado de sus decisiones dictatoriales y un militar de muy alto rango ha rechazado públicamente la idea de que las fuerzas armadas agredan a sus ciudadanos por intereses políticos del mandatario. Todo apunta a que el peor presidente de la Historia estadounidense no terminará su período. Esto anuncia lo que seguramente sucederá en América Latina, independientemente de lo que ocurra al inquilino de la Casa Blanca. Si colapsa, serán mucho más rápidas y eficientes las rebeliones sociales en el mundo iberoamericano, como verdadero dominó; pero, aun si Trump se sostuviera, los pueblos en lucha, como en Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile, pasarán factura a sus gobernantes y los expulsarán. No digamos en los casos de Honduras, con una oposición en pie, y Guatemala, con el Pueblo hastiado de las arbitrariedades de Jimmy y Giammattei. Todas esas rebeliones son justas y necesarias. Los pueblos despiertan para iniciar su período luminoso a lo largo del siglo XXI.