Décadas de saqueo y corrupción hicieron inútil al Estado de Guatemala y hoy la pandemia de coronavirus nos agarra literalmente con los calzones en la mano porque ni en el campo de la salud ni en el campo de la eficacia administrativa estamos preparados para enfrentar con propiedad el enorme reto que plantea la mayor crisis que ha vivido esta generación. No se puede cambiar de la noche a la mañana esa realidad incuestionable, pero lo preocupante es que ni siquiera se ha dado un paso, aunque fuera un pequeño paso, para revertir los vicios y males de un sistema colapsado y fallido, lo que se traduce en que seguimos dando palos de ciego porque no existen instrumentos serios y efectivos que aseguren la mejor toma de decisiones.
Y es justo ahora cuando más urgidos estamos de decisiones serias basadas en datos y hechos y no en inspiraciones o provenientes de las eternas roscas cuyo único interés ha sido históricamente el de sacarle raja a las posiciones de poder. Si nada ha cambiado en la estructura estatal y arrastramos los viejos males, por fuerza vamos a tener los mismos pobres resultados que tienen al país sumido en ese régimen de pobreza y pobreza extrema creciente.
El sistema está hecho para robar y no para bien administrar los recursos, razón por la cual aunque se haya asignado fondos no se ha abastecido el sistema hospitalario, ni contratado personal, ni asegurado que la ayuda económica llegue a quienes más la necesitan, porque simplemente no saben cómo hacerlo. A ello hay que agregar la intempestiva decisión tomada el jueves por la noche que, al final de quincena, agarró a la población sin estar abastecida y por ello la masiva afluencia en las tiendas de barrio haciendo que el distanciamiento social valiera madre.
El presidente Giammattei tiene que entender que su desafío es mucho más grande que el de cualquier gobernante porque tiene que enderezar un sistema que no está hecho para funcionar en condiciones normales, no digamos en condiciones tan exigentes como las que plantea la pandemia. Si la pandemia lo tiene ya tan tenso e irritable, el entender que no dispone de las herramientas administrativas necesarias para hacerlo bien debiera ser su primera preocupación y darle caravuelta al sistema de roscas, al sistema de compadrazgo y sociedades entre funcionarios para hacer negocios, porque eso lo tiene todo detenido y nos lleva a un colapso mayor.
Nuestro sistema hospitalario es una calamidad en sí mismo, tan grave o más que la pandemia y sin aplicar correctivos inteligentes, la ruta es hacia el desastre.