Adolfo Mazariegos
Es innegable que muchas de las actividades que actualmente estamos realizando de forma no usual -en términos generales-, a manera de protección ante un eventual contagio del coronavirus que afecta al mundo, nos han dado alguna visión de cómo pueden o podrían llevarse a cabo ciertas actividades que normalmente realizamos de manera distinta. El teletrabajo, la educación a distancia o la compra y venta de bienes y servicios a través de Internet, son solo algunos ejemplos. No obstante, la adopción de nuevas formas de proceder, nuevas actitudes e incluso las nuevas costumbres, también suelen traer nuevos retos, nuevos desafíos y, en muchos casos, algunas complicaciones. En tal sentido, la actual coyuntura también va poniendo en evidencia falencias propias de dicha dinámica, falencias que podrían convertirse, en un momento dado, en óbice para la consecución de los resultados óptimos o satisfactorios que cabría esperar en un horizonte de resultados “ideales”. Sin embargo, la actual situación global es un caso particularmente excepcional, dado que no existe precedente de una coyuntura similar en tiempos modernos (por lo menos no que yo recuerde, o que haya ocurrido en el transcurso de un periodo histórico reciente). Por ello, la educación es un asunto que no deja de preocupar en medio de todo lo que está ocurriendo, particularmente la educación e instrucción infantil, puesto que, si bien, quienes tenemos la posibilidad de acceso a herramientas tecnológicas que demuestran bondades y facilidades más allá de lo evidente (accesibilidad a información de todo tipo, rapidez en el acceso a fuentes, recepción y envío de documentos en tiempo real, etc.), también nos topamos con cuestiones que bien vale la pena considerar en función de mejorar, cuanto sea posible, esos modelos que seguramente se irán sumando a los ya existentes en tanto que sistemas o métodos de enseñanza-aprendizaje. No todas las madres, los padres, hermanos, tías, abuelos, amigos, etc., tienen la misma paciencia, los mismos conocimientos, la misma vocación de docencia, el mismo tiempo disponible, ni el mismo deseo de enseñar aún sabiendo que es en beneficio de sus hijos o seres queridos; y eso, aunque ahora no lo veamos como un problema, seguramente no tardará en evidenciarse como tal. Pero ¿quién quiere enviar a sus niños a la escuela en circunstancias como las actuales? Difícil, lo sé. En niveles superiores (nivel medio y universitario) la cuestión es distinta, puesto que los estudiantes, las más de las veces (hay excepciones, por supuesto) conocen sus objetivos y saben que estudian para alcanzar dicho fin, por lo que seguramente buscarán la manera de aprender y alcanzarlo si ese es realmente su deseo y/o posibilidad. El caso de la niñez de preprimaria y primaria no es así. Y he allí justamente el meollo de este asunto, puesto que esa etapa de la vida estudiantil es crucial para la formación de cualquier individuo. Pasarlo por alto, también puede tener un alto costo de cara al futuro… Vale la pena considerarlo.