Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral
En plena crisis de la actual pandemia del COVID-19 recordé la situación que vivieron los londinenses en plena Segunda Guerra Mundial, durante la Batalla de Inglaterra. Hitler, en una de sus más “brillantes” ideas que tuvo (no está de más remarcar el sarcasmo), decidió dejar de bombardear objetivos militares y ordenó que su letal fuerza aérea desatara el infierno sobre la ciudad de Londres. La lógica de esta decisión radicaba en que intensos bombardeos diarios sobre la población civil haría que la gente obligase a los políticos que los representaban a que sacaran al Reino Unido de la guerra, mediante algún pacto con la Alemania nazi. Esto era precisamente lo que buscaba Hitler: un pacto de paz con Gran Bretaña a todas luces favorable para los alemanes para desatar todos sus ejércitos sobre su verdadero y mortal enemigo: la Unión Soviética. La jugada no le pudo haber salido peor al cabo austriaco.
Durante más de ocho meses los alemanes pulverizaron Londres noche tras noches. Los mandos civiles y militares habían estimado más de 600,000 muertos y más de 4 millones de desplazados en una ciudad de casi 7 millones de habitantes en ese entonces. ¿Cuál fue el resultado final? Poco más de 43,000 muertos. Los londinenses no solo no se desmoralizaron, sino que experimentaron una especie de euforia, y desarrollaron una resistencia estoica ante las terribles adversidades que sufrían casi a diario. ¿Cómo pudo suceder esto si noche tras noche miles de aviones sobrevolaron Londres lanzando decenas de miles de toneladas de bombas? ¿Por qué la gente no solo no se desmoronó física y emocionalmente sino que decidieron continuar a toda costa la guerra contra Alemania?
¿Qué explicación hay detrás de todo esto? La psicología humana es tan compleja que nunca cesa de impresionarme. Parafraseando el estudio “The Stucture of Morale” del psiquiatra canadiense J.T MacCurdy, decía que noche tras noche millones de londinenses sufrían el pánico y la ansiedad de poder ser alcanzados por alguna bomba alemana. Pero a la mañana siguiente de determinado bombardeo las personas muertas se contaban por decenas o pocos cientos, es decir, la inmensa mayoría de londinenses salían ilesos. La proporción muertos/sobrevivientes era abrumadoramente favorable a los segundos. Esto infundió valor y determinación a los miles y miles de personas que noche tras noche salían ilesos de un bombardeo en un barrio de la inmensa capital británica. Como bien dijo el escritor canadiense Malcolm Gladwell, a los alemanes les hubiese resultado mejor nunca haber lanzado una sola bomba sobre Londres.
Esta respuesta ante las terribles adversidades no es inherente al pueblo británico, esto es una característica innata del ser humano. Se pueden abstraer ciertas analogías del Blitz con la actual pandemia: en un inicio se temió que la enfermedad sería más mortal de lo que realmente es, tal como las autoridades inglesas sobreestimaron las muertes que produciría el bombardeo alemán. De igual manera, por cada contagiado del COVID-19, hay millones de personas que están libres de la enfermedad.
Puede que cuando esta pandemia finalice, tal como el Blitz finalizó, saldremos todos con más determinación y con más valentía. A veces suelo pecar de idealista y tiendo a tener la visión de Ana Frank sobre la humanidad, que es pesar de todo, es buena. Quiero soñar que una vez todo esto termine nos daremos cuenta de que la vida no se debe limitar al ideal capitalista del perpetuo crecimiento económico ni a sacrificar buena parte de la vida en una oficina. Quiero soñar…que al fin nos daremos cuenta de que la vida es demasiado corta para no perseguir nuestros sueños.