Juan Jacobo Muñoz Lemus
Cada uno es lo que es, tiene lo que tiene, y le alcanza para lo que le alcanza. Perogrullada difícil de descifrar.
Por épocas, la historia tiene períodos en los que se conjugan elementos, algo cambia en todo el mundo y se instala un hito.
Ha quedado claro que la carrera armamentista y la espacial, tan celosamente protegidas; han coincidido con un pésimo estado de la educación y la salud pública. El consumismo que sirve para acicalar a la gente, no tuvo que ver con que la gente estuviera bien. Si tan solo estuviéramos conscientes de nuestros límites, más lejos podríamos llegar.
La pandemia que nos aflige es una llamada del principio de igualdad, y ser humanos es lo que nos generaliza ahora. No puede haber reglas comunes de convivencia cuando el humano se siente diferente, y principalmente si se siente mejor que otros. Lo humano es lo común: nacemos, crecemos, nos reproducimos, enfermamos y morimos.
La intensidad del estrés superó nuestras defensas y entramos en crisis. La respuesta social está clara; ha sido de mala adaptación y revela lo poco enterados que estamos de lo que necesitamos fundamentalmente. Aun así, reaccionamos inmediatamente con ideas de corto plazo, soluciones ofensivas, además de sectarias y hasta ignorantes; basadas en pensamientos animosos y muy relacionados con ideologías panfleteras.
Es común que ante los esfuerzos, buenos, regulares o malos que alguna gente hace para mejorar las cosas, muchos con impostura, nos sintamos animados a descalificar, vilipendiar y hasta acusar de cosas turbias o fraudulentas. Ver el mal en el otro, seguramente tranquiliza la conciencia del que observa y se asume a sí mismo como alguien íntegro.
No digo que esto se piense, todo ocurre a nivel inconsciente; como la mayoría de las cosas oscuras que habitan el alma humana.
Nuestra solidaridad es más por alivio. Escribimos algo, mandamos memes sensibles, etc. Pero cuesta ver acciones solidarias. Nos han pedido quedarnos en casa y no obedecemos. Criticamos todo, aceptamos la cosa de las conspiraciones como si fueran verdades irrefutables. Pero ¿qué pasa cuando un vecino enferma? Inmediatamente se vuelve un apestado y surgen impulsos de linchamiento a él o su familia.
Aquí es donde la educación y la civilización hubieran sido útiles. Pero ¿cómo?, si no hubo educación suficiente para entender, cuando entender es lo que corresponde. Ante eso, lo que queda es inventar, y el ser humano inventa con el miedo, se torna suspicaz y en consecuencia crítico por disposición, más que por verdadera reflexión. Se critica a sí mismo en el cuerpo de otros, por no tener respuestas suficientes para lo que acontece.
Lo más extravagante de todo, es que se atribuye a políticos, archimillonarios y consorcios; la dudosa capacidad de planear la destrucción de la humanidad a cambio de todo. Y en la otra mano, a muchos todavía les parecen bajos los números, comparados con otras pandemias o la mortalidad habitual de la humanidad, enviando en el fondo el mensaje de que la gente es desechable.
No podemos depender de la honestidad de quienes detentan el poder, eso es más que obvio, fuera quien fuera el que gobernara. Parece obvio también que necesitamos una población que, con educación, vele por sus intereses porque sabe lo que le interesa. Pero vemos a la gente educada y el argumento se viene abajo. Nadie es capaz de lidiar siquiera con su pequeña vida, a la que destruye todos los días.
El escenario está claro en este momento. No hubo ningún genio en todo el mundo, que hubiera fomentado la prevención, ninguna sociedad estaba lista. Todos los gobiernos improvisan y sepultan cadáveres en fosas comunes.
Solo nos queda ver al pasado y dirigirnos al futuro. Necesitamos algún ideal común que nos ilumine; aunque no lo alcancemos. Las quimeras no se hicieron para alcanzarse, solo están allí para ser seguidas.
Creo que esa es la sociedad que tenemos, y no hay ninguna garantía de cómo será el futuro.