Por RENATA BRITO
BARCELONA
Agencia AP
Julián Iglesias siempre pudo conectar con sus seres queridos a través de su mirada, incluso después de que la demencia le robase la memoria.
«A lo mejor no me reconocía ya. Yo siempre he visto en sus ojos algo», dijo Victoria Iglesias, su hija.
El hombre que metía recortes de periódico en sus libros, que obtuvo dos títulos universitarios tras la dura transición española, que amaba pasear por la naturaleza y recopilar artilugios, falleció en un hospital de Madrid el 26 de marzo a causa del coronavirus.
Como miles de españoles que cayeron enfermos durante la pandemia, Iglesias, de 89 años, estaba solo cuando murió. Esto es especialmente duro para Victoria Iglesias, que contó que ella, su hermana y su madre lo visitaban a menudo en la residencia de ancianos en la que vivía a las afueras de Madrid y habrían estado a su lado en sus últimas horas de no ser por el confinamiento obligatorio decretado en todo el país.
«El dolor es muy profundo», dijo a The Associated Press en una videollamada días después del fallecimiento.
La familia está separada desde que la pandemia sumió a España, uno de los países más afectados del mundo, en el aislamiento el mes pasado.
La madre de Victoria Iglesias ni siquiera sabe que está viuda. Sus hijas acordaron que se lo contarán cuando puedan abrazarla.
Aunque su padre tenía demencia, la incapacidad de despedirse de él es igual de devastadora. «¿Habrá pensado que lo hemos abandonado?», se preguntaba.
Nacido en Salamanca en 1931 en el seno de una familia humilde con ocho hijos, Julián Iglesias sobrevivió a las dificultades de la Guerra Civil (1936-1939), de la posterior dictadura y de la transición a la democracia. Estudiante entregado, primero se licenció en empresariales y más tarde en magisterio _ algo que no fue tarea fácil en su época _ y se mudó al País Vasco con su esposa.
La pareja tuvo dos hijas, y él una exitosa carrera como contable en la que entonces era la mayor empresa del país, Altos Hornos de Vizcaya.
En su tiempo libre, Iglesias disfrutaba con largos paseos por las verdes y exuberantes colinas del País Vasco. La quietud de la naturaleza y el sonido de los pájaros le ayudaban a pensar.
Iglesias también dejó notas, recortes de periódico y sellos entre las páginas de los libros que leía. Hasta el día de hoy, Victoria Iglesias descubre pequeños recuerdos de su padre. Recientemente se topó con páginas sueltas de un viejo calendario, un carné de un sindicato y un recorte de periódico sobre la muerte de un trabajador ferroviario aplastado entre dos trenes dentro de su libro favorito, «La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades».
Cuando sus hijas tenían problemas en el trabajo o en sus vidas personales, iban a visitarlo a la residencia en la que vivía en la localidad madrileña de Colmenar Viejo y pasaban horas en su cuarto, peinándolo o acariciándole la mano.
«Él me estaba ayudando», dijo Victoria Iglesias, reprimiendo las lágrimas.
Unos días después del cierre de la residencia a mediados de marzo, Julián Iglesias empezó con fiebre. Fue trasladado a un hospital el 15 de marzo y su estado de salud se deterioró. A veces tardaron días en pasar por el desbordado hospital, y para cuando sus hijas lograron contactar con el personal médico por última vez 11 días más tarde, ya era demasiado tarde.
El día que falleció, Victoria Iglesias, su hijo y su pareja celebraron un funeral improvisado en el salón de su casa. Se vistieron, encendieron una vela y rememoraron sus recuerdos más preciados: vacaciones familiares en la playa o cuando él tocaba «Mambo No. 5». Además, recordaron sus posesiones más queridas: una máquina de escribir Olivetti, la primera cámara de fotos de la familia y un par de prismáticos.
«¿Sabes lo importante que era tener a mi papá, estuviera allí o no estuviera mentalmente? ¿Sabes lo que me ha ayudado a mí mi papá?», dijo Victoria Iglesias. «La gente no se da cuenta de lo importante que son los ancianos».