Adolfo Mazariegos
Una de las tantas realidades que la pandemia de COVID-19 ha traído consigo en tanto fenómeno que afecta a nivel global, es justamente eso, que es global, por lo tanto, resulta necesaria e imperante desde ya, la búsqueda de una estrategia igualmente global en función de dar solución a las problemáticas que se empezarán a experimentar en breve como producto de la recesión económica inminente que, según expertos, será de grandes proporciones, además, a nivel sanitario, será necesaria una verdadera contención del virus que permita evitar nuevos brotes masivos que hagan repetir, por lapsos considerables hasta que se encuentre una vacuna efectiva que inmunice a la humanidad, los ciclos que actualmente se experimentan; si llegara a darse ese escenario, sería simplemente desastroso para el mundo entero, y no digo que no sea desastroso ya, ahora mismo, porque eso resulta más que evidente. A lo que me estoy refiriendo, realmente, es al hecho de que, si la pandemia ha causado estragos sanitarios en las grandes potencias del mundo, imaginemos por un momento la dimensión de lo que podría sobrevenirle (ojalá no) a un continente como América Latina, en donde los sistemas de salud son bastante más precarios que los de China, Italia o Estados Unidos, países en los cuales dichos sistemas sanitarios se han visto rebasados, desbordados por mucho, y en donde los fallecimientos al día de hoy se cuentan en miles. No es necesario analizar mucho la situación para darse cuenta de que, los países que se verán más afectados (en muchos sentidos, no sólo sanitarios y/o económicos), son los países en vías de desarrollo, aquellos países como Guatemala cuya economía depende, en gran medida (por ejemplo), de las exportaciones de sus productos o de las remesas que sus ciudadanos reciben desde el extranjero. Los mercados empiezan a cerrarse a nivel mundial, las fuentes de empleo en los países desde los que se envían las remesas se están perdiendo, y las grandes inversiones que en un momento dado podrían hacer alguna diferencia, empiezan a buscar sitios más convenientes que les permitan visualizar una mayor seguridad y estabilidad a futuro. Si los países más grandes y poderosos del globo no quieren que la crisis les afecte más de lo que ya les está afectando o les rebote por no prestar suficiente atención a lo que ocurre más allá de sus fronteras, sin duda deberán empezar a ver la situación desde un punto de vista global, sin egoísmo, y sin culparse mutuamente como ha venido ocurriendo (difícil, lo sé). El mundo tendrá que retomar la normalidad en algún momento; los aviones tendrán que volver a surcar los cielos; los niños tendrán que volver a las escuelas; y la rutina del corre corre en las ciudades tendrá que empezar de nuevo para que el mundo siga su marcha…, ojalá fuera pronto… La crisis es global, y por lo tanto, es menester que la búsqueda de soluciones también sea global.