Juan Jacobo Muñoz
Vivimos tiempos difíciles. Hay una sensación de irrealidad, que nos lleva a sentirnos como en una pesadilla de la que quisiéramos despertar.
La situación que vivimos constituye lo impensable que se hizo realidad, y confronta a nuestra omnipotencia con nuestra vulnerabilidad. Es una experiencia traumatogénica individual y social, que garantiza respuestas predecibles, puesto que todo deterioro disminuye el nivel funcional.
El impacto psicológico de lo que nos ocurre, nos obliga inevitablemente a reaccionar en emergencia, y es fácil que se dé una regresión a niveles infantiles. Es decir, que recurramos a la negación, a reducir nuestros intereses, a caer en el egocentrismo y queramos depender de algo material que nos rodee. Además, que desarrollemos un modo de pensar mágico.
Bastantes son ya, las teorías conspiratorias que vienen de todas partes. Fantasías de encontrar culpables para tener alguna sensación de control, como también apelar a curas milagrosas de último momento. Y en el peor de los ejemplos, asumir que Dios nos cuida, aunque nos arriesguemos. La evidencia es superior a tan manidas reflexiones; estamos ante una peste que no se detiene.
Un primo querido, me contó que escuchó en la radio a un locutor español, que aplicó un neologismo para el momento; “crisistir”. Una asociación por consonancia muy afortunada en mi opinión; existir en la crisis.
Son tiempos para ser ecuánimes, es decir imparciales y sin dejarnos arrastrar por la emoción. También para ser resilientes y reaccionar positivamente. Y aunque usualmente lo hemos hecho en circunstancias individuales, ahora el estrés es común, y necesitamos capacidad de resiliencia comunitaria, de grupo. Los enemigos más importantes para ella, la minimización, la exageración, el fatalismo, la queja, el pleito y la corrupción.
Debemos superar la adversidad y salir fortalecidos; resistir frente a la destrucción y construir una vida positiva a pesar del infortunio. Como todo en la vida, el sufrimiento es necesario.
Dije que debemos ser ecuánimes. Esto implica en principio, un buen juicio de la realidad. La verdad no tiene versiones, y la realidad está por encima de nosotros, tan independiente y superior. Nos avasalla y somete a obediencia.
La historia de la humanidad está llena de tragedias mayúsculas, incluso peores que la actual. Nos duele la nuestra, es obvio; que tiene como agravante que es un enemigo invisible. Pero la peste no debe quitarnos la opción de convertir con la experiencia, nuevos significados, más humanos, más espirituales, más cósmicos y trascendentales.
Tenemos herramientas para enfrentar la crisis; el conocimiento, sobre todo, que nos ayuda a contender con el caos, y a ir un poco más allá de la angustia, el miedo, el pánico, el pavor, el horror y la autoconmiseración.
Ser obedientes es un buen principio, y evitar descalificar todo lo que viene de otros que saben más del tema particular. Tener opinión para todo es demasiado infantil. Es necesario inmunizarnos contra argumentos populistas que más que contribuir, promueven la zozobra.
Las evidencias del mundo son muchas, han quedado desnudadas. La sociedad humana ha vivido maquillada, una vez más queda claro que el eterno conflicto entre tener y ser, no ha sido equilibrado.
Luego de salir de la emergencia, será el momento de resignificar el modelo social y ganar conciencia. Aunque puede pasar como tantas otras veces, que prevalezca el egoísmo individual y de grupos, y todo vuelva a las injusticias de siempre.
Ahora no parece ser el momento. Sería solo hablar, encendidos en patrio ardimiento.