Alfonso Mata
La vigilancia epidemiológica, la atención especializada de enfermos y enfermedades, la formación de personal profesional y no profesional en el cuido de la salud y de enfermos, la capacidad de administración del sistema, ha mejorado notablemente y es una fortaleza del mismos desde las últimas décadas de finales del siglo pasado.
En estos momentos de crisis epidémica, vemos que el sistema de salud cuenta con epidemiólogos de buena categoría en casi todas o mejor dicho en todas las áreas de salud capaces de realizar excelente trabajo. Igual los clínicos. Innumerables brotes y crisis locales pasadas, los han puesto a prueba y en general, han respondido bien a esos eventos emergentes. En tal sentido, es indudable que contamos con unidades salubristas y médicas eficientes y efectivas, pero lamentablemente este lado positivo de nuestro sistema de salud, se ve opacado por un sistema de salud debilitado en recursos y en finanzas. Debilitado a un nivel que con dificultad puede responder a la demanda cotidiana y los políticos y altos funcionarios, en lugar de avalar el trabajo de estos servidores públicos, lo que han ocasionado con sus medidas administrativas y asignaciones presupuestarias es el debilitamiento del sistema y que muchos profesionales altamente calificados, hayan tenido que emigrar a otros lugares y trabajos.
En otro orden de cosas, el apoyo político también ha sido sumamente débil. Un discurso muy contrario al servicio público que podría prestar el sistema de salud y el sistema social, que ha sido más demagógico que de acción, cosa que impacta en el entusiasmo de la opinión pública, pero que no resuelve; generando con esto, una ofensa a los trabajadores y profesionales dedicados a la salud e impidiéndoles la construcción de un verdadero sistema de salud y por otro lado un atentado contra los derechos constitucionales ciudadanos poniendo en peligro la salud y muchas vidas.
Igualmente debemos partir que no existe realmente una base financiera sólida que permita la construcción de un sistema nacional realmente de seguridad social y asistencia en salud y lo triste en este momento de la actuación política, es el jaloneo que se ha venido haciendo y se está haciendo en este momento de crisis de recursos. Jaloneo que va en beneficio no de la salud sino de intereses personales, importando poco el deterioro de esta; de tal forma de que el asunto actual de la pandemia COVID-19, un asunto que es eminentemente de salud, se ha dejado a un lado ante la lucha política-ideológica manifestada por fuerzas regresivas públicas y privadas, que recurrentemente drenan tanto el sistema financiero público como el privado.
Pero eso no es todo; antes ni ahora, es impresionante el silencio a que se somete a los expertos técnicos y organismos (todo ello por motivos políticos o de intereses privados) ante un problema como el COVID-19, reconocido mundialmente como una emergencia sanitaria, que tiene la característica de no saber cómo se va a comportar. Cuando se da este tipo de fenómenos como el COVID-19, la voz de los expertos, de los técnicos, las valoraciones de estos, deben ser directas con el público y no a través de políticos que muchas veces lo que hacen es contradecirlos y actuar de manera opuesta a lo que dicen los expertos y en perpetua búsqueda de protagonismo. Es evidente que ante la lección que está dejando este evento, no podemos seguir llenando las políticas de salud de ideologías volcadas a favor de intereses personales y protagonismos carentes de base científica y no de bienestar público. Es necesario corregir el rumbo que se le da al actuar sanitario regular y en emergencia.
Cuando se entra en posiciones contradictorios entre política y ciencia ante un fenómeno como el COVID-19, el sector público tiene la obligación de montarse sobre planeaciones contingentes basadas en ciencia y evidencia. Es decir, tener planes claros, de crear escenarios. Escenarios que contemplen desde lo peor y que sirvan para indicar las acciones que hay que tomar, a fin de evitar que eso ocurra. Es preferible pasar de ridículo y no caer en incompetente, irresponsable y culpable. No debemos confiar en que vamos a hacer afortunados de que las cosas no van a ser más graves, hay que prepararse para el peor escenario y trabajar para evitarlo.
Sabemos y debemos estar conscientes: no tenemos sistema de salud suficiente para el peor de los escenarios. Cuando esto sucede, es importante y crucial la participación de la gente en las medidas de contención y en las que siguen durante y pos pandemia y ante una potencia posibilidad a la vista de una epidemia severa y mucho más masiva, el darse cuenta temprano del peligro resuelve. Es adoptar medidas severas y de participación total son las que mejor solucionan. Claro que estas acciones llevan a cuestas un gran sacrificio no solamente social sino económico y de toda índole. Pero hay una gran recompensa controlar la enfermedad y evitar la muerte. La atención a esas dos cosas, más que la de otros intereses, es la que permite ver hacia adelante e imaginar nuevos escenarios para una recuperación más rápida de lo que se va sacrificando.
Obviamente habrá crisis económica, tomemos en cuenta que será mucho más grave, si no actuamos sobre la emergencia sanitaria. Si no colocamos sobre ella los recursos en cuestiones indispensables y en acciones inmediatas. Es más que evidente, que en el peor escenario, habrá un pico de demanda, pero si a eso agregamos una imposibilidad de respuesta eficaz, el panorama para muchos, especialmente para los más necesitados es más oscuro. Para poder darle vida a esa esperanza de la solución vendrá de un medicamento, necesitamos tiempo. Para atender lo que se avecina no tenemos mucho. Tenemos que considerar que sea por donde sea que veamos el COVID-19, la situación demanda y demandará luego de sacrificios; pero una actitud de sálvese quien pueda y acostilla del otro, como hemos visto hasta ahora, solo conduce al terror, la violencia y a emporar las cosas. Enfocarse en la discordia y desigualdades de todo tipo, en lugar de la fraternidad y el apoyo y altruista, solo nos conducirá a un nefasto aumento de desigualdades e injusticias y sus consecuencias sociales.