Mario Alberto Carrera
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De las novelas casi siempre se ha dicho que han sido –muy libremente– la inagotable muerte de la vida. Esto es, Borbotón de vida por donde todo lo excéntrico se acompaña de mano de la muerte. Aun cuando no sabíamos todavía lo que era novela o cuento (narrativa) a ciencia cierta, siempre hemos sabido lo que es contar, sin pretensiones poéticas a lo Aristóteles. Sino así nomás, en crudo. Muchos de los diálogos de Platón tienen esta estructura (la dialéctica) en que dos platican, disienten y a veces llegan a valiosos aforismos o apotegmas como el del león que jamás podrá llegar a la victoria porque así como el tiempo y el espacio puede dividirse infinitamente por su parte más vasta, igualmente la tortuga puede hacer lo propio, al contrario, y avanzar antes que el león o alguna suerte de felino la alcance.
Ámbar es la vida (pintura de Courbet, “El misterio de la vida”) porque tiene en sus entrañas los secretos, los misterios y fundamentalmente lo inescrutable. Ella es el ama de la eterna voluntad de tiempo y por eso es que las mujeres no envejecen (aparentemente) o luchan por no envejecer. Porque juventud y belleza siembran el statu quo de las hijas de Eva. De ¡todas!
Todo es alegría y tiempo festivo. Ámbar recibe en su casa de Nueva Inglaterra a lo más granado del sexo masculino descendiente de los linajes más castizos de aquella parte del mundo y parece el eje de la lascivia y de la maestría en el amor.
Pero ¡ah!, todo termina. El exquisito Edén fue lo primero. Y el infierno bendito –de Ámbar– comienza a desintegrarse lenta pero firmemente. Han llegado a Londres dos visitas inseparables: la peste o pandemia (ya para entonces) y la guerra. Yo creo que alguien como Malthus pudo haber dicho que esas tías son las que dan pesos y contrapesos aunque nos parezcan procaces. ¿Pero cómo estaría el mundo de repleto si las dos inseparable damas: la pandemia y la guerra no tuvieran el placer de ajarse una a la otra. Lea “Guerra y Paz” de Tolstoy. Son como políticas públicas poblacionales para que un lado del mundo no pese más que el otro. Ahorita va ganando el peso pesado y repesado de Trump, pero hace unos días lo hacía el hiper soldadito de plomo extraído de la KGB.
Cuando me leía mi madre “Por siempre Ámbar”, asimismo se caían y escapaban algunas hojas de “Los cantos de Maldoror”, a los que también yo les echaba el ojo y no digamos a la cimbreante biografía de Edgar Allan Poe por Baudelaire
Todo comenzó con una pareja (igual que en el Paraíso) la de Burt y Ámbar que se destruyen por amor (como en Carmen de Merimeé) pero que n os cuentan enardecidos que no existe otra atracción como la que trasfunde Eros. Tan intensa y ciega como el:”Vivo sin vivir en mí y con tanta ansia espero que muero porque no muero”.
Son otros Burts, otras Ámbar, otras guerras y otros corona virus. La novela lo recoge todo: el odio y la pasión de poseer a otro o de amasar muchísimo dinero para sostener guerras que devengan pandemias. Y en medio de todo este aquelarre una gran ironía: la rata no trasmite la enfermedad como se cree en la aún reciente “La Peste” de Camus”. Son las liendres y pulgas –que saltan de hombre a pulga y de pulga a liendre– quienes las trasmiten.
Y los grandes barones de la época ambarina luchaban por matar ratas cuando lo que tendrían que haber asesinado eran pinches pulgas y mínimas liendres.