Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com
¿Cuántas niñas y niños vemos trabajando en un día “normal” en Guatemala? Privilegiadas y privilegiados somos quienes durante nuestra niñez hemos tenido techo, comida y educación en un país colonizado y en extremo racista y desigual. Por esto el privilegio nos obliga a hablar, a accionar, a contrarrestar esta realidad agobiante, empobrecedora, que ha venido destruyendo todo a su paso. Decenas de niñas, niños son asesinados cada mes en Guatemala, muertas, muertos con toda violencia y saña. En este país se mata a mujeres y niñas de formas sádicas, terroríficas. Se empecinan en hablarnos de cómo las mataron, no de lo que arrebataron, o de la dignidad que buscaron degradar. Y así han pasado décadas tras décadas, estos últimos quinientos años han venido transcurriendo así, aunque nos salgan con el cuento de que somos discos rayados, por algo a esta realidad la han llamado la larga noche de los quinientos años. La mala muerte ha imperado, esa que arrebata con dolor, con frustración, con impotencia, esa que es causada por la injusticia y la impunidad de un sistema que busca arrebatarnos todo, para dejar paso libre al despojo, a la destrucción; para humillarnos, controlarnos, volverse nuestros dueños.
Tengo la certeza de que provengo de una cultura dual; que mi origen no parte de la desigualdad voraz y brutal que provoca el capitalismo y el extractivismo. Soy descendiente de una cultura que ama, respeta y sostiene la vida. Que bendice el maíz, que recibe la vida con incienso, que aprende a trabajar desde bien temprano, porque para las indias, para los indios no hay nada regalado. Para nadie en “general” reclamarán por allá o por cualquier lado. Porque nada se nos ha regalado, todo lo hemos trabajado por generaciones, comprado la tierra tantas veces ha sido necesario. Así nos trata este país racista, que osa decir que las indias, los indios todo lo queremos regalado, cuando todo lo hemos conseguido con sudor y sangre.
La mayor parte de la población de este país sabe qué es no tener nada, nada que comer, nada que perder. Que el dinero no alcanza para nada. Que no hay trabajo a pesar de que trabajamos todo el tiempo, todos los días, todo el día, sin derechos, sin seguros, sin contratos. Que tenemos el derecho de vivir, pero que vivir bien es una utopía. Que somos pobres porque queremos, pero cada día nos levantamos y nos rompemos la espalda no intentando sino haciendo real el futuro de nuestros desciendes, para que su “destino” sea diferente, para que su destino ya no sea el de servir, sino para ser pueblos libres, mujeres libres, hombres libres, niñas y niños libres.
Admiro a las mujeres que luchan. A ellas expreso mi admiración. Soy descendiente de generaciones de mujeres que nunca dejaron de luchar, por más cansancio que esto puede provocar, que han resistido, que nos han enseñado a hablar con palabras, con cantos, con tejidos, con hierbas, con todo.
Llevamos a nuestras abuelas en la memoria de nuestros vientres.