Francisco Cáceres Barrios
caceresfra@gmail.com
Lo que a continuación me permito narrar se repite a toda hora en cualquier calle, avenida, calzada o vía de comunicación del país. En particular me refiero a una vía de alta circulación, que conduce a puntos clave para la distribución de vehículos en el Centro Histórico. A mediados de la cuadra hay un sanatorio, en donde los familiares de los pacientes estacionan en doble fila, sin poner las luces de advertencia y repetidamente para bajar a sus pacientes se auxilian de una silla de ruedas; metros adelante, una conductora trata de estacionar en un reducido espacio su vehículo de trompa, lo que le impide hacerlo con relativa velocidad; al terminar la calle, del lado izquierdo, hay un templo católico en donde está próxima a celebrarse la Santa Misa para una quinceañera y el conductor del vehículo frena y baja intempestivamente, para permitir que su esposa y la niña de vestido largo, puedan acceder con mayor facilidad al referido templo y, para colmo, del lado derecho hay tres buses detenidos, al medio de la calle, uno detrás del otro, bajando o subiendo pasaje por tanates los montones.
En la siguiente cuadra, ocurre más o menos lo mismo, debido a que hay una imprenta teniendo frente a la misma un camión, también en doble fila, descargando varias resmas de papel. Adelante, del otro lado, hay una carpintería, en donde se repite la escena, variando la descarga con reglas de madera de pino y al final de la cuadra, a pesar que el semáforo está en verde, no se puede pasar, porque un conductor atravesó su vehículo debido a que el semáforo de la otra esquina, sobre la avenida, no está sincronizado con el que le precede. Pasan interminables los minutos, los conductores desesperados se rascan la cabeza, aflojan sus corbatas, el sol está que arde y no se ve por ninguna parte a algún agente que vestido de casco y prendas blancas combinadas con azul y verde, pueda ejecutar sus labores para poner en orden a un puñado de conductores que salieron a la calle a hacer lo que les diera la gana.
La gran mayoría de conductores son del mismo corte y confección y se sienten con el derecho de hacer con su vehículo de dos, cuatro o más ruedas lo que mejor se les antoje. Nunca fueron capacitados, antes de pagar la coima y los impuestos que le autorizan a conducir su vehículo, ni la más pequeña orientación, ni una formal educación para ser corteses, educados, condescendientes, responsables y precavidos conductores que les permita no correr graves riesgos de sufrir o provocar accidentes, incluyendo los de fatales consecuencias. Con tantos medios de comunicación disponibles ninguna autoridad envía mensajes preventivos de accidentes, en los que se insista en la necesidad de no exceder con sus vehículos los límites de velocidad, respetar las normas de tránsito, señales, avisos y comportarse con la elemental buena educación y cortesía.