Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
El enamoramiento suele manifestarse con generalidades, sin embargo, las particularidades de la personalidad influyen en sus manifestaciones y grado de intensidad.
Los sentidos se turban, los pensamientos, afectos, acciones se manifiestan de manera obsesiva y si quieren también “desquiciada”. Es descrito como un estado fugaz de la existencia humana.
Enamorarse puede acelerar emociones, llevar conductas al desborde, sentir en definitiva mayor contacto con y en la vida. Hay quienes temen a esta situación. Creo que el temor pueda derivar porque van con ideas preconcebidas de que al final de este estado llega la tristeza y la decepción, o no ser correspondidos en el mismo.
Considero que también existen personas que, por su necesidad de mantener su propia definición de su ser, cursan con limitantes para el enamoramiento.
A través de los años, con mayor experiencia de vida, tal vez, con mayor cultivo de la razón y más complejidad del pensamiento. En las personas adultas, la vivencia del enamoramiento puede ser más complicada, pero no ausente. De hecho, puede ser la necesidad de afecto un acelerador para enamorarse.
Me atrevo a comparar con otras etapas de la vida más cercanas a la adolescencia y la juventud. En donde una sonrisa, una mirada, unos ojos lindos, entre otras cosas. Puedan ser motivo de un enamoramiento. Es decir, situaciones o eventos de carácter más superficial.
Vivir con enamoramientos es deseable y también saludable. Los enamoramientos nos proporcionan pasión en el vivir, nos alejan de la cotidianidad y nos acercan a la felicidad.
Existen enamoramientos de enamoramientos, cuando hablamos de ellos siempre los confinamos a las relaciones interpersonales. Pero, también en el ejercicio de las cosas y actividades que nos toca realizar, al encontrar un vínculo de atracción, de asombro y admiración, con la necesidad de apropiarse de ejecuciones intensas que persiguen ideales de perfección y belleza. También, a mi manera de pensar, nos encontramos ante un enamoramiento.
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