Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com
Me acerco a ti y escucho tus incontables quejas. Y a ti, y oigo tu apesadumbrado llanto -de cara a lo inescrutable- aterrorizado antes de que Dios construyera el Paraíso que no duró un suspiro. Y a ti, y percibo tu dolor y tu temblor de cobardía porque después de unos años de completa pero discreta y sucia complicidad, hoy ya no sabes cómo se denuncia frente a la “injusticia de la Justicia”, en su corte de descarados mantenidos. Pero nada como la indemnización que exige esa guasa (de Guasón) de los diputados.
Esta es la época de los desconcertados. ¿A dónde vamos y hasta dónde llegaremos? ¿Llegará a tocar el fondo del abismo esta tromba y borrasca por donde se arrastran hambrientos la mayoría de connacionales? ¿Tocará el tifón donde andamos simas más infernales oscuras y miserable mientras otros se hacen más y más ricos y también dejan hacer y dejan pasar según el credo de nuestros tropicales neoliberales.
Yo los veo transitar desconsolados-aturdidos, como si acabara de pasar un terremoto. Van por el Parque Central sin otro quehacer que quejarse. Les han cortado las alas –y otras cosas– a los guatemaltecos y ¡ni un solo grito de espanto!, suponiendo peores circunstancias para mañana, más sin rebelarnos. Lo que sí sabemos hacer bien es acudir a la queja y al llanto cuando vemos que peligra la casita modesta (claro que sin helipuerto) adquirida a 30 años de plazo. Es decir que no la verás cuando sea totalmente propia.
¿Fue el mundo más cruel hoy que ayer o es cruel hoy solamente porque ahora ya también se muestra gélido con la clase media/media que cada día siente más el apretón y la asfixia.
Porque es ahora cuando empieza a crecer nuestro crujir de dientes cuando hasta las hijas tienen que venderse discretamente porque ya van tres meses que se deben de la casa.
No obstante, os seguís riendo un poco y darle a la parranda cuando es ocasional. El dinero hay que tirarlo de vez en cuando un poquito y después otra vez desconcertados no saben quehacer. Llorarán por sus hijos ávidos de todo. Que piden cuanto existe voraces de cara a los neoliberales que compran helicópteros por medias docenas, para toda la familia y desde arriba ven la miseria y lo desconcertado de los de abajo como escribió Azuela.
Ante el horror, no nos queda otro recurso que la ilusión que crea en nuestras mentes un mundo mejor. Un Presidente justo –con los de los otros poderes– que no se dejen cohonestar por quienes pueden comprarlos. Si no hubiera la ilusión y la imaginación ¿quién sabe qué número de habitantes clasemedieros que compran lotería (y pasan la semana pensando que se la sacarán) ya se hubieran suicidado.
El dolor tan sólo de vivir en sí; de vivir lo existencial produce dolor. El desarrollo vital de cada quien invoca sufrimiento. El sufrimiento de pasar de adolescente adulto es quizá el mejor ejemplo del dolor de vivir que decía Schopenhauer. Pero existe otro: el social, el de compartir con otros, el de sentir la experiencia de la envidia de aquel que tiene un Patek Philippe y el otro un Oris convencional. Se da –a más rudo a nivel, de carro– o de vivir en una de las casititas conejeras –después del puente Villalobos– y otro en una mansión en Carretera (ya no le quieren decir a El Salvador) con helicóptero y mujer que le hace la competencia a la de Trump.
Con ilusión y fantasía construyamos no un arca sino un Zeppelin y vayámonos de este inhóspito espacio a perdernos en él o a encontrar algún sitio donde haya justicia, escuelas, hospitales, seguridad. Estado de Derecho y un larguísimo etcétera.