Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Tengo un amigo a quien conozco desde hace tantos años, que hasta he olvidado desde cuándo exactamente. Un amigo, compañero de quijotescos sueños, a veces truncados, con quien a pesar del tiempo, la distancia, los vericuetos y los cambios de la vida a los que todos los seres humanos estamos inevitablemente expuestos, he compartido de forma constante y de corazón (aún sin hablarlo) el gusto y el cariño por cosas tan simples y sencillas como leer la letra de una canción en un trozo de papel arrugado; cantar, informalmente quizá, alguna canción ochentera en el micrófono de algún restaurante mientras compartís una cena grupal; o simplemente conversar fugaz y escuetamente sobre planes a los que a veces les van ganando los años inexorables que no perdonan, sin que te des siquiera cuenta de ello debido a la presión de la cotidianidad. Cosas de esas que, sin duda, alimentan el alma a través del tiempo y la constancia. La semana pasada, tristemente, me enteré del momento difícil por el que él -mi amigo y su familia-, estaban atravesando (y siguen atravesando, sin duda), uno de esos momentos para los que nadie está preparado nunca y cuyos efectos, como es de suponer, muy difícilmente aceptamos de buen grado cuando suceden… ¿Cómo se despide a un hijo? ¿Cómo resignarse a ver partir en un viaje sin retorno a un ser a quien has dado vida y en cuyas pupilas te podías ver reflejado, solazándote cada vez que veías sus ojos? Te mentiría, mi brother Luis Cacacho, si te digo que imagino lo que vos y tu familia están sintiendo y experimentando en estos aciagos momentos. No creo que exista quien lo entienda bien si no ha tendido el infortunio de atravesar por algo así. No obstante, aunque nada de lo que diga o haga, aún con la mejor de las intenciones, podrían jamás borrar el dolor y el vacío que la partida de tu hijo ha dejado, no puedo menos que escribirte este breve texto para expresarte mi solidaridad y mis condolencias sinceras, para decirte que deseo que tu corazón y el de tus seres queridos encuentren la fortaleza y la resignación que les ayude, con el tiempo, a pasar el trago amargo en el que se ha convertido tan triste y lamentable suceso. Todos llevamos el mismo rumbo, supongo, aunque cueste entenderlo. Por eso quiero creer que tu hijo tan sólo se ha adelantado unos pasos en ese camino que todos recorremos inexorablemente, y que seguramente, cuando sea el momento, no antes ni después, volverás a ver sus ojos y caminarás con él con tranquilidad y paz por praderas verdes y soleadas en donde el tiempo y el espacio serán tan sólo una vaga reminiscencia de aquello que aún no logramos comprender los humanos. Fortaleza, es lo único que puedo decirte y desear para vos y tu familia. Mis más sinceras condolencias y mis mejores deseos, lo repito, mi estimado Luis Cacacho.

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