Factor Méndez Doninelli
El 4 de febrero de 1976, Guatemala fue sacudida por un terremoto de gran magnitud que provocó daños sociales y materiales cuantiosos, 22 mil 870 víctimas mortales, 76 mil 504 heridos, más de 1 millón de damnificados, 250 mil viviendas destruidas, infraestructura vial y edificios con graves daños.
Ese día a las 03:01:43 de la madrugada, todos los habitantes despertamos con un gran susto, la tierra se estremeció por un sismo de magnitud 7.5 grados en la escala de Richter, equivalente a 2 mil toneladas de dinamita. El epicentro fue en la falla del Motagua, a 160 kilómetros al noroeste de ciudad Guatemala, en el municipio de Los Amates, Izabal, a 5 kilómetros de profundidad en un punto considerado la frontera geológica entre las placas norteamericanas y la del Caribe.
Una de las víctimas mortales fue el antropólogo Joaquín Noval, conocido en la militancia revolucionaria como “Juan Ché”, connotado académico y político, dirigente del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) a quien en los 60 conocí y estrechamos lazos de camaradería y amistad. Supe de su calidad y sensibilidad humana, de su lucha por los excluidos, marginados y desposeídos, su convicción antiimperialista, su compromiso revolucionario contra las dictaduras militares y civiles que en aquel momento dominaban en Guatemala y otros países de Latinoamérica.
En esos días, me desempeñaba como Jefe de Personal en la Municipalidad de Guatemala, el entonces alcalde, licenciado Leonel Ponciano León, postulado por el Frente Unido de la Revolución (FUR), me designó Coordinador General del Comité de Emergencia Municipal. Tuve a cargo organizar y echar a andar las tareas de auxilio a la población, la atención de damnificados, la coordinación de los Comités vecinales de barrios y colonias más afectadas, reinstalación del servicio de agua, reparación de la red de drenajes que resultó afectada y el plan de los 100 días para ejecutar la limpieza y descombramiento de la ciudad, esta última tarea le tocó al ingeniero José Ángel Lee, quien en ese entonces dirigía el Departamento de Limpieza Municipal. Todas las autoridades municipales de entonces, hicimos esfuerzos sobrehumanos para atender las necesidades de la población damnificada, mantener los servicios municipales y aliviar la desolación de los pobladores.
Transcurridos 44 años desde el fatídico suceso, se amontonan en la memoria terribles vivencias, escenas de horror, desesperación, frustración y depresión que invadió a las personas, sobretodo, a quienes perdieron seres queridos o patrimonio. Recuerdo que, en esos instantes, un estado de crisis y pesimismo colectivo se apoderó de los habitantes.
Para la población guatemalteca fue difícil superar el trauma del terremoto, poco a poco y luego de transcurridos los meses, se recuperó la energía y el ánimo de la gente. El Gobierno de turno del general Kjell Eugenio Laugerud García desplegó esfuerzos para reconstruir el país y la infraestructura, aliviar las precarias condiciones de los damnificados y llevar asistencia a los lugares alejados y afectados del interior de la República.
La solidaridad internacional fluyó en abundancia, pero como siempre las redes de corrupción hicieron su agosto, surgieron comerciantes del dolor ajeno y nuevos ricos, las denuncias y señalamientos de corrupción contra funcionarios públicos abundaron, la ayuda a la población fue escasa y desigual.
Como siempre los sectores sociales vulnerables, pueblos indígenas, comunidades, aldeas de familias campesinas, niños, mujeres, ancianos y la clase trabajadora, fueron los menos favorecidos.