Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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Las dos o tres notas (y creo que una columna) que aparecieron en la fecha que ya indiqué del diario elPeriódico, traían algunos de los temas con los que ya he comenzado a pergeñar también en esta columna y que han sido tórridos, abrasadores, sofocantes. Se trata del affaire del incendio de la Embajada de España y como coda a lo ya difundido sobre ella, la famosa “novelita” de Varguitas con perdón de su marquesado.

ElPeriódico traía el 30.I.20 informaciones y comentarios sobre el 40 aniversario del tormentoso martirio –de casi 40 miembros de la etnia Ixil– de la manera más horrorosa y macabra. Lo afirmo, asimismo, con tanta crudeza porque yo lo vi con mis propios ojos y porque parte de los afectados eran mis amigos: Máximo y Jaime. A este último lo despedimos en La Aurora con silencioso llanto muy cerca del jet que lo llevaría a sus padres. También estuve a unos pasos (en un corredor del hospital H.LL.) a la par del ixil que intentaron rematar los espeluznantes ¿mercenarios? de Chupina, cuando visitábamos a Beatriz, antes de que se llevaran a Máximo a radicar a la casa familiar de la Embajada de USA, resguardado por seis carros de distintos embajadores que le brindaron protección al Embajador que iba como salido de la casa de Satanás. Porque Lucas dijo ¡“de allí no sale nadie vivo”!

Naturalmente la masacre de los del Triángulo Ixil no merece menos pena. Ya ellos habían andado gestionando una “toma” diplomática para que la escuchara el mundo sobre lo invivible que es la existencia en Guatemala que, para miles de miles de miles, es un verdadero averno con todos los círculos dantescos. Allí murió también el padre de Rigoberta Menchú, lo que causó más repulsa porque a ella se le dio el Premio Nobel para que el mundo se fijara en Guatemala (y ella contara) lo que ocurría en el Triángulo Ixil, para obligar a la comunidad diplomática y a los Gobiernos del mundo en general a montar una propuesta desde la ONU.

Nuevos libros han salido (acompañando al de V. Ll.) y están en las librerías como el del hijo de Adolfo Molina Orantes que se contradice paradojalmente –de cabo a rabo– con el propio título de su libro: “Historia verdadera de la quema de la embajada española”. Publicada en P.L. El libro se titula –imitando un poco a Bernal: “Historia verdadera” de la quema de la embajada española. Hay en este titular una contradicción muy fuerte porque o el libro es la verdadera historia o el libro es la falsa historia. Aristóteles hace una doble formulación del Principio de Identidad. La primera: “uno no puede ser y no ser al mismo tiempo” y la segunda: “uno no puede ser y no ser simultáneamente”, y el entrevistador echa el anzuelo para ver si M.S. –cae– tratando de hacer una comparación –de parecido– entre lo de V.LL. y lo de Molina S. Y entonces Molina S. reconoce que para su obra no ha usado ninguna bibliografía, que todo es de memoria. Metodología más censurable y menos confiable toda vez que no se basa en ninguna investigación bibliográfica: ¡Aliviados estamos. V. Ll. se fía de la memoria de Gloria Bolaños Pons –como de 95– que le cuenta esto a V.LL. como “historia verdadera” (lo desenreda V. Ll. en el último capítulo de Tiempos recios).

En todo caso no escriban obras que pueden parecer “históricas” y verdaderas, y son tal vez simples memorias que recuerdan bien o mal lo sucedido.

¿Dónde podría encontrar una memoriosa pitonisa que me dictara un libro que sepa a fondo la magia de la interpretación de los signos de la naturaleza. O mejor aún, que emita oráculos en el templo de Delfos?

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