Juan Antonio Mazariegos

jamazar@alegalis.com

Abogado y Notario por la Universidad Rafael Landívar, posee una Maestría en Administración de Empresas (MBA) por la Pontificia Universidad Católica de Chile y un Postgrado en Derecho Penal por la Universidad del Istmo. Ha sido profesor universitario de la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar en donde ha impartido los cursos de Derecho Procesal Civil y Laboratorio de Derecho Procesal Civil. Ha sido y es fundador, accionista, directo y/o representante de diversas empresas mercantiles, así como Mandatario de diversas compañías nacionales y extranjeras. Es Fundador de la firma de Abogados Alegalis, con oficinas en Guatemala y Hong Kong, columnista del Diario La Hora y Maratonista.

post author

Juan Antonio Mazariegos G.

El pasado sábado 4 de enero, temprano por la mañana, una lluvia nos sorprendió mientras caminaba con mi Madre por el centro de la ciudad. Su comentario de inmediato fue que empezaría a llover en abril, apoyando su vaticinio en que el clima de ese cuarto día del año correspondería al que habría en el cuarto mes del mismo, en función del método de predicción meteorológica conocido como las cabañuelas, el cual era muy utilizado en el campo tratando de predecir las mejores épocas para las siembras.

Ignoro totalmente si habrá frío en agosto y septiembre como ocurrió esta semana (en los días que corresponden en orden numérico a esos meses), o si alguien ha evaluado estadísticamente si las cabañuelas se cumplen o no, sin embargo, el comentario me hizo reflexionar sobre la sencillez de las predicciones del pasado, en contraste con la época de predicciones, análisis y perspectivas que vivimos en la actualidad. Todos queremos anticiparnos y conocer el futuro, responde esto a una necesidad humana de seguridad, a mayor información, mayor certeza.

Entiendo perfectamente que en la medida que la complejidad ha llegado a nuestras vidas, son muchos más elementos externos los que se deben de considerar según sea el ámbito en el que se desarrolle la actividad en la que nos desenvolvemos. El mundo globalizado e interconectado en el que vivimos hoy nos ofrece una gama tan alta de información que corremos más el riesgo de pasarnos el año analizando que ejecutando lo que nos corresponde. Cuál será el comportamiento económico del país o la región, si subirán las tasas de interés, se mantendrá la estabilidad del dólar o si los precios de los carburantes bajarán, son diagnósticos habituales de estas fechas por todo tipo de gurús, aunque sus predicciones puedan saltar por los aires ante cualquier crisis que afecte a esos u otros indicadores.

En otro orden de ideas, no podemos obviar que las predicciones y la información han sido contaminadas por la polarización en la que vivimos y que debemos hacer un preanálisis de fuentes, pues según sea el cristal con que se miré o el santo al que se le rece, las predicciones del año que inicia están ya sesgadas por los intereses particulares y nos podemos encontrar ante un año de oportunidades o ante uno de pesadillas.

Si bien los factores externos a cada uno condicionan nuestras opciones y tenemos la obligación de informarnos para prepararnos ante cualquier eventualidad que los altere, no está de más recapacitar en cuanto a que la mayor parte del resultado o fruto del año que iniciamos dependerá del esfuerzo personal, de equipo o de país que se realice. Qué nos depara el año, cómo se comportarán los indicadores macroeconómicos, cuál será la capacidad o actitud del gobierno que inicia, todo es relevante pero nada lo es tanto como el empeño que pongamos en la parte que a cada uno nos corresponde.

Artículo anteriorDignidad o ideología de la corrupción
Artículo siguienteRetroceso, más que solo tiempo perdido