René Leiva
No todas las ideologías van tras el poder político/económico ni luchan por alcanzarlo o conservarlo, eso sería socialmente aberrante además de imposible. Por contradictorio y paradójico, alguna reserva de universalidad ideológica anida en el anarquismo y el nihilismo.
Otro rasgo importante para no darse color ideológico es el cuidado intenso y permanente de la terminología empleada en público, lo privado o a través de los medios. Nada delata tanto la tendencia de ideas o valores como el habla, los conceptos usados y aplicados. Si lo sabrá el pez, que por la boca muere, literalmente. Y la propia boca, que si permanece cerrada no le entran moscas.
Para la ideología con, en la práctica, reparos democráticos, nada de fraternidad ni mucho menos igualdad, y libertad sólo como sinónimo de libertinaje, sobre todo económico.
Incluso lo peor de la naturaliza o condición humana está muy mal repartido entre todas las ideologías posibles o conocidas o practicadas.
XX: “He aprendido más de ideologías extrañas o ajenas, sus manifestaciones prácticas, que de la mía. Dicho de otra manera, las otras, en gran medida, confirman y refuerzan mi propia ideología, sin incitarme a cometer apostasía.”
¿Son los derechos humanos, atingentes a todos los hombres y mujeres sin excepción, un designio, una ocurrencia, un experimento ideológico, como sus viscerales enemigos los tildan? ¿Es el primigenio derecho a la vida, inherente a la existencia, una construcción conceptual tendenciosa?
Una determinada ideología puede poseer el don, la fuerza de voluntad, de invisibilizar lo incómodo de la sociedad, escamotear lo perturbador en el pueblo, o negarlo en caso perentorio, o bien minimizarlo hasta lo banal. Pobreza extrema, hambre, enfermedad preventiva, muerte por desnutrición, pueden fácilmente invisibilizarse sin necesidad de cerrar los ojos. Literalmente, una determinada ideología obra milagros en su propia conciencia.
El uso excesivo, vicioso, indiscriminado, retorcido, de expresiones como mítico, legendario, icono, astro, estrella, coloso, titán, ídolo… referidas a cantantes, deportistas, actores o actrices, por parte de fanáticos y redactores de farándula, esas hipérboles y superlativos para el consumo, endosadas a efímeras mediocridades, denotan la indudable afiliación a una ideología de escaparate y cartelera que mueve millones.
La ideología que enmascara ser lo que es, que se autoescamotea por temor (¿y vergüenza?) a la verdad, a la abrumadora realidad por los estragos históricos de su vetusto pero terco dominio.
Así como el tiempo devora a sus hijos, el poder termina por devorar a sus padres ideológicos.
Cuando en una república supuestamente democrática los tres poderes del Estado se ponen al servicio incondicional del mandamás de turno, virtual autócrata, la ideología dominante muestra la gusanera de que está rellena.
¿La admirada feminidad y el elogio de la maternidad y la celebración del amor maternal como interesadas construcciones ideológicas del dominio machista? ¿No subestima tal teoría ideológica la inteligencia, la voluntad, la intuición, el invicto instinto femenino?
El viejo becerro de oro, el poderío judío mundial, el expansivo sionismo, el Estado terrorista de Israel, son el cobarde titiritero tras el asesinato del general persa Qasem Soleimani, entre muchos hechos intervencionistas del imperio yanqui en Cercano y Medio Oriente.