Grecia Aguilera
Dentro de la homilía que pronunció el Santo Padre Francisco en la primera misa del año 2020 en la Basílica de San Pedro manifestó: “Si queremos un mundo mejor, que sea una casa de Paz y no un patio de batalla”, afirmando así una vez más, su anhelo de paz para el mundo, pues siempre ha expresado sobre las guerras: “Son fruto de un orgullo reincidente y absurdo. Pero también lo son todas las pequeñas y grandes ofensas a la vida, a la verdad, a la fraternidad, que causan múltiples formas de degradación humana, social y ambiental.” Reiteradamente el Papa Francisco ha declarado que en la actualidad prácticamente se vive una “tercera guerra mundial a pedazos” y el Papa en definitiva siempre hace todo lo posible para interceder por lograr la Paz para que el mundo pueda seguir adelante. Hay que meditar y recordar que durante una guerra y después vienen la destrucción, la vida se convierte en una tragedia diaria porque no hay alimentos, agua, electricidad, combustible, medicamentos, ropa, trabajo y muchas otras cosas esenciales para los que logran sobrevivir. Las generaciones actuales deben rechazar las guerras, la juventud de hoy debe tomar conciencia, ser generosa y con su trabajo y esfuerzo estar dispuesta a levantar la voz para evitar más destrucción en el mundo. Toda acción positiva puede llevarnos a construir la Paz, por ello recuerdo cuando la Oficina de Prensa de la Santa Sede, publicó una significativa fotografía que el Papa Francisco eligió en ese momento, para reflexionar sobre los efectos devastadores de la guerra. A un lado de la imagen el Papa escribió: “El fruto de la guerra/ Francisco.” En la parte posterior de la misma dice “Un niño que espera su turno en el crematorio para su hermano muerto que lleva en la espalda. Es la imagen que tomó un fotógrafo americano, Joseph Roger O’Donnell, después del bombardeo atómico de Nagasaki en 1945. La tristeza del niño sólo se expresa en sus labios mordidos y rezumados de sangre.” La dolorosa imagen en blanco y negro deja ver a simple vista la tragedia y el terrorífico resultado de la Segunda Guerra Mundial. Según las noticias del Vaticano en 1995 el autor de la fotografía comentó: “Vi a este niño que caminaba. Tendría unos diez años. Noté que cargaba a un niño sobre sus espaldas. En esos días era una escena muy común en Japón. Con frecuencia nos cruzábamos con niños que jugaban con sus hermanitos o hermanitas en la espalda, pero ese niño tenía algo distinto.” Joseph Roger O’Donnell nació en Pensilvania el 7 de mayo de 1922 y murió en Nashville a los 85 años de edad. O´Donnell era un sargento de infantería y experto fotógrafo por lo que fue encargado durante la Segunda Guerra Mundial para documentar los “efectos de los bombardeos”, siendo su principal objetivo fotografiar la destrucción de las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente. Todas las fotografías que captó resultaron impresionantes, tremendas e históricas. Una de las más reconocidas fue precisamente la que escogió el Papa Francisco, y me recuerda mi poema que dediqué en el año 2005 a Hiroshima y Nagasaki que manifiesta: “Envenenada lluvia infernal/ sangrantes llamas/ fúnebres gritos/ de moribundos huesos/ en una ciudad inexistente./ El terror es extremo/ invade la bóveda celeste/ y la mañana se vuelve noche/ y el sol no nacerá más./ Todo es fuego/ y el aire no es aire/ y la funesta explosión/ ha convertido la ciudad/ en ciudad-sombra/ en ciudad-lágrima/ en ciudad-polvo/ en ciudad-muerte./ Sesenta años después/ los esqueletos pulverizados/ en oscura ceniza/ se levantan/ y aun gritan/ y aun lloran/ arrodillados y humildes/ se rinden de nuevo/ renuncian/ un eterno escalofrío/ no los deja descansar.”