En las fiestas navideñas se difundió masivamente en las redes sociales un video en el que se ve al Papa Francisco saludando a los fieles en el Vaticano estrechándoles las manos a muchos de ellos y cómo, al voltearse para dirigirse a otro sector de la multitud, fue jalado por una mujer que casi le hace caer y su reacción fue de evidente enojo al dar una palmada en la mano a la mujer de la que se aparta con gesto alterado. Inmediatamente se produjeron críticas tanto a la actitud de la mujer como contra el Pontífice a quien se le recriminó la reacción que tuvo.
Al día siguiente, en el primer acto público después del incidente, el Papa se apartó del discurso que estaba leyendo tras decir que “el amor nos hace pacientes” y dijo “Muchas veces perdemos la paciencia. Yo también y pido perdón por el mal ejemplo de ayer”, gesto que destaca más por el hecho de que no hizo ninguna alusión a lo que causó su reacción sino simplemente pidió perdón por lo que él hizo.
Muchas veces cuando pedimos perdón lo hacemos diciendo el famoso “pero”, con el cual restamos mérito al gesto de arrepentimiento porque de alguna manera tratamos de justificar nuestras acciones. El Papa Francisco pudo haberse referido a la actitud de la mujer que lo jaló en forma realmente abusiva, al punto de que lo hizo trastrabillar y todos sabemos lo que una caída puede significar para una persona de 83 años, pero en vez de eso prefirió referirse simplemente a su mala acción, sin decir que la misma fue una reacción que, vista con calma y objetividad, tiene que entenderse.
Para mí la figura del Papa Francisco es muy especial y creo que junto al Papa Benedicto XVI ha hecho cosas de enorme importancia para la Iglesia Católica. Me gusta su carácter, que algunos señalan como mal carácter, porque entiendo que no se puede dirigir una institución como la Iglesia Universal con paños tibios y él da muestras muchas veces de temple para enfrentar posiciones realmente complicadas. Por supuesto que lamento, y mucho, que no se haya preocupado nunca por averiguar lo que hacía su representante en Guatemala para apuntalar la corrupción y la impunidad, pero entiendo que Su Santidad también sufre el mismo problema de cualquier hombre poderoso, en el sentido de que hay círculos que los aíslan de la realidad y no permiten que la verdad llegue a sus oídos cuando hay grandes intereses de por medio.
Para quienes “muchas veces perdemos la paciencia” la actitud del Papa Francisco es edificante porque nos enseña a saber pedir una disculpa por nuestras reacciones hepáticas sin andar justificándolas recordando lo que dio origen a las mismas. El amor nos debe hacer pacientes y seguramente que, unos más y otros menos, todos tenemos necesidad de ese sentimiento en nuestras relaciones con los demás para no actuar violentamente ni hacer cosas de las cuales inmediatamente nos sentimos arrepentidos. Gracias, otra vez Papa Francisco, por una lección de integridad y humildad.