No cabe duda que desde afuera se tiene una mejor perspectiva de Guatemala, lo que se demuestra con hechos y no con palabras. Ayer fue el informe del PNUD sobre desarrollo humano y desigualdad el que nos dejó mal parados y hoy, en México, el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) presenta el estudio El Estado de la Democracia en el Mundo y en las Américas 2019, en el que, para variar, nos distinguimos por estar a la cola y porque, según se apunta, nuestra frágil democracia está a la altura de las de Haití, República Dominicana y Honduras, agregando que estamos también en la lista de democracias corruptas que integramos junto a esos países más El Salvador y Paraguay, eso sin contar a Nicaragua y Venezuela cuya democracia es cuestionada por el informe.
En 1985 se aprobó la nueva Constitución de la República que tenía la inspiración de abrir los espacios para la democracia luego de la sucesión perversa de gobiernos autoritarios producto de fraudes electorales y una de sus trascendentales disposiciones fue la facilidad para constituir partidos políticos, tomando en cuenta que el anterior Registro Electoral se había convertido en un valladar para la participación ciudadana, bloqueando la autorización de organizaciones políticas que no se alienaran con el sistema. El remedio, tristemente, fue peor que la enfermedad porque se aniquiló por completo la representatividad y surgieron los llamados “partidos empresa” inspirados en el modelo generado por la UCN.
Y a partir de ello se produce lo que Iván Velásquez calificó como “el pecado original de la democracia guatemalteca” y que nosotros en La Hora más tajantemente llamamos “pecado mortal” porque el financiamiento electoral acabó por matar toda aspiración a una real democracia. Partidos sin organización ni estructura, creados simplemente alrededor de un dueño, negocian con quien quiera invertir y literalmente venden su alma al diablo con tal de llegar al poder; el dinero de los “inversionistas” es la clave de los triunfos electorales y por ello éstos, al poner su dinero, no sólo cooptan sino capturan al Estado para su propio beneficio.
Y es que no hay tales de una democracia cuando no hay mandato y el electo no asume obligaciones con el elector. Morales es apenas una prueba burda de ello, puesto que no entendió que la gente votó por él para ir contra el sistema político podrido que se había destapado y, lejos de cumplirle a la gente, se convirtió en el principal defensor del modelo de corrupción, traicionando así lo que exigía el pueblo.