El rey de Tailandia Maha Vajiralongkorn (Izq.) conversa con el Papa Francisco y su prima, la monja Ana Rosa Sívori, mientras la reina Suthida observa, en el Palacio Dusit de Bangkok. FOTO LA HORA: THE ROYAL HOUSEHOLD BUREAU /AP.

Por NICOLE WINFIELD
BANGKOK
Agencia (AP)

Lo hizo esperar un rato mientras hablaba con el rey y la reina de Tailandia. Lo amonestó por visitar solo Bangkok y no «la Tailandia real». Hizo sonreír a «Jorge» cuando se tomó su tiempo para traducir algunos comentarios suyos improvisados en español para que los pudiesen entender los curas y las monjas locales.

El Papa Francisco y su prima, la monja Ana Rosa Sívori, fotografiados durante una visita al Patriarca Budista Supremo en el Templo Was Ratchabophit Sathit Maha Simaram en Bangkok. FOTO LA HORA: GREGORIO BORGIA/AP.

La monja Ana Rosa Sívori tiene un papel protagónico en la visita de su primo segundo Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, desempeñándose como traductora y confidente del Pontífice.

Los asistentes del Papa son generalmente hombres que permanecen en un segundo plano y muestran una profunda deferencia hacia el líder de los 1,200 millones de católicos del mundo. Sívori, sin embargo, trata a Francisco con el respeto que merece un Papa, pero reflejando la confianza y el desenfado de una monja práctica que lleva más de medio siglo sirviendo a los fieles tailandeses. Y que conoce al Pontífice desde pequeña.

Sívori, monja de 77 años de la orden salesiana, es asistente del director de la escuela salesiana de Udon Thani, en el noreste de Tailandia. Llegó al país en 1966 desde Argentina, donde su padre era primo hermano de la madre del Papa.

Asegura que su padre notó tempranamente que «Jorge» tenía algo especial, un sentimiento que se propagó entre toda la familia.

«Siempre decía que ‘nadie se meta con Jorge’. Le tenía un cariño especial», relató Sívori a periodistas italianos antes del viaje.

Es aparentemente un sentimiento mutuo. Francisco le envía regularmente cartas escritas a mano a Sívori y también le manda libros para que lea, que empaca él mismo.

Sívori lamentó que el Pontífice visite solo Bangkok, diciendo que los rascacielos y los hoteles de lujo no representan el resto del país. La «Tailandia real» está afuera de la capital, sostuvo.

Francisco sentó la tónica de lo que se vendría apenas pisó Bangkok el miércoles. Al bajar del avión de Alitalia, en lugar de saludar primero a Surayud Chulanont, ex primer ministro y enviado del rey Maha Vajiralongkorn para que recibiese al Pontífice, el Papa hizo a un lado el protocolo y se dirigió a Sívori, a quien saludó con un beso en una mejilla, al estilo argentino.

La misma informalidad caracterizó la relación entre ambos durante toda la visita. Sívori se sentó en el espacio reservado teóricamente al obispo local en el auto del Papa durante todas las actividades del Pontífice y le dio explicaciones y recomendaciones a su primo, a veces sin necesidad de hablar.

Esas escenas fueron insólitas, dado que Francisco no tiene mujeres entre sus colaboradores cercanos y generalmente tiene un cura apuntándole cosas al oído.
Francisco afirma desde hace tiempo que la iglesia católica es «femenina» y que la mujer debería tener un papel más prominente en posiciones de liderazgo.

El que haya permitido que una mujer lo opaque en cierta medida es notable, especialmente en un país en el que hay tantas mujeres y niñas explotadas y víctimas de traficantes.

El protagonismo de Sívori alcanzó su punto culminante el jueves por la tarde, cuando acompañó a Francisco a un encuentro privado con el rey Maha Vajiralongkorn y la reina Suthida en el palacio real.

Sívori hizo de traductora y en determinado momento se plantó delante de Francisco para describir los regalos que le había llevado al rey. Durante la charla le tradujo al Papa lo que decía el rey y pareció por momentos que ayudaba al traductor oficial del monarca.

Al finalizar la visita, Francisco se despidió de los reyes y bajó una escalera hacia su automóvil.
Sívori, sin embargo, siguió charlando con la pareja real durante un minuto aproximadamente, mientras Francisco la esperaba.

Finalmente lo alcanzó y ambos se sentaron en la parte trasera del auto.

El Papa pareció burlarse un poco de ella al día siguiente, cuando Sívori traducía sus palabras a monjas y curas en la parroquia de San Pedro en las afueras de Bangkok.

Como acostumbra, Francisco hizo a un lado el texto que tenía preparado e improvisó, exhortando a las monjas a que se dejen «sorprender» por la dicha y las penas de su vocación.

Sívori se tomó un momento para escribir lo que decía el Papa antes de empezar la traducción. Francisco la miró e hizo un gesto como diciéndole que se apresurase.

La escena provocó las risas de los presentes y del mismo Papa, quien ofreció disculpas por no poder hablar directamente con su rebaño.

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