Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

Presenciamos hoy dos procesos contrapuestos en América Latina, de pronóstico incierto. Uno, Trump se ha lanzado contra los gobiernos progresistas de la región, con la intención de desmantelarlos; para ello no le importa provocar golpes blandos o duros, con tal de colocar lacayos para administrar sus colonias. Dos, los pueblos latinoamericanos concluyen que no hay liberación sin revolución, porque la alianza de las oligarquías locales, clase politiquera, fuerzas militares pro imperio y Washington no dejan ningún espacio para avanzar y reclamar su derecho a la libre determinación. La revolución de los pueblos se está produciendo por la vía de la explosión social; pero no debe descartarse, frente a un enemigo perverso, la vía armada. La lucha de clases ha sido una constante desde el lado de los opresores, que instrumentando el modelo neoliberal han atacado a la clase trabajadora y campesina y pretenden una nueva colonización para apropiarse de los territorios, tierras y recursos de los pueblos indígenas.

En la reciente explosión social en Chile, el movimiento más prometedor de América Latina y el Caribe, la conclusión de la pujante y rebelde ciudadanía es que “Chile despertó”. El modelo de sistema neoliberal, promovido como exitoso ante ojos propios y extraños, demostró ser un fracaso. Este país no saldrá de la crisis sin cambiar su Constitución y el injusto modelo económico. Incapaces de dar respuestas a las exigencias de la población, los gobiernos de derecha han tratado de criminalizar la protesta social y agudizar la represión, recurriendo a la violencia militar. No obstante, también los pueblos de Argentina, Bolivia, Ecuador, Haití y Honduras se resisten firmemente a la subyugación. La situación de Bolivia es grave, lo que ha llevado a la ONU a tratar de mediar una solución política, mientras que la derecha pide nuevas elecciones, para dar por consumado el golpe de Estado. Áñez ha sido impuesta por el imperio como “presidenta encargada”, como Guaidó en Venezuela, para organizar la transición que desmantele el Estado Plurinacional de Bolivia. La nueva estrategia estadounidense es realizar elecciones fraudulentas, en las cuales las y los candidatos progresistas con apoyo popular no pueden participar. Así llegó Bolsonaro en Brasil, mediante el encarcelamiento injusto de Lula, y así Giammattei “ganó” en Guatemala, gracias a la marginación de Thelma Aldana y el robo de votos, de manera grosera, al MLP, Encuentro por Guatemala y Winaq. Áñez dice que Evo Morales, quien ganó las elecciones anteriores no puede participar y ahora lo acusa de delitos de lesa humanidad, al dirigir él la resistencia del pueblo de Bolivia, mientras que los militares siguen matando a sus partidarios. Ese país se acerca aceleradamente a un contragolpe, que puede ser exitoso, o a una guerra civil que fácilmente puede desbordarse a los países vecinos, particularmente Ecuador y Perú. El golpe es racista y clasista y ha constituido un acto de sumisión a Trump y traición a la Patria. El estallido social es la justa respuesta a la imposición imperial; pero es incierto el resultado.

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