En una actividad en la que participó el Vicepresidente del Banco de Guatemala para explicar la productividad del país y las perspectivas que se tienen para el futuro próximo, quedó en claro que el motor de nuestra economía está en las remesas que envían los migrantes y que el pasado octubre pasaron, por primera vez, de los mil millones de dólares de ingresos en un mes. Se explicó que hay otros rubros que mantienen ritmos crecientes, como el de la construcción, pero hay que ver que en ese mismo también tiene influencia el factor de las remesas porque mucho de lo que se construye en todo el territorio nacional es posible gracias a que los guatemaltecos que trabajan (partiéndose el alma) en el exterior, mandan plata para que sus familiares puedan edificar viviendas.
No es secreto que la economía del país hace mucho tiempo que depende principalmente del fenómeno de la migración que no se traduce únicamente en que los guatemaltecos carentes de oportunidades puedan encontrarlas en el extranjero, sino que además en condiciones de mayor bienestar para sus familiares que se quedan aquí. A diferencia de otros flujos migratorios que se ven en Estados Unidos, el de los hispanos, y particularmente el de los guatemaltecos, se distingue porque no rompen su vínculo con la familia que quedó atrás y su principal preocupación es enviarles dinero de manera constante para ayudar a su manutención.
Por eso duele tanto la indiferencia que existe en el país respecto a las condiciones de los migrantes y el abandono por parte de nuestras autoridades, mismas que fueron buenas para sacarles pisto para que les financiaran su campaña, pero que pagaron con el más olímpico desprecio cuando, para quedar bien con Trump, los migrantes cayeron en absoluta desgracia, al punto que lo que se ha hecho es facilitar la deportación de quienes lograron encontrar allá alguna oportunidad de empleo.
Y es preciso advertir que las condiciones en que se encuentran los migrantes están deteriorándose rápidamente, no tanto en el plano de sus ingresos, porque siguen siendo indispensables para la vida cotidiana de los norteamericanos, pero sí en cuanto a la forma en que se les trata porque el desprecio producto de las corrientes de los que creen en la supremacía de la raza blanca van en constante aumento.
Ellos no pueden prescindir de los odiados hispanos porque dependen de su trabajo en todo lo que tiene que ver con el área de servicios en donde los puestos más duros y peor pagados no son ocupados por los norteamericanos sino que se quedan “reservados” para esos migrantes pobres que saben trabajar de sol a sol como ningún otro.
Es cierto que hay áreas de actividad económica que están creciendo, como la construcción, pero sin la inyección enorme que significan las remesas ninguna de ellas tendría crecimiento porque lo que impulsa el consumo, en general, es el dinero en dólares que miles de familias reciben diariamente sin que nosotros, como sociedad, seamos capaces de reconocer la importancia de ese aporte que, como he dicho muchas veces, es producto de sangre, sudor y lágrimas.