Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

Los movimientos sociales que han sacudido el mundo no dejan de impresionar, e igualmente no concluyen su ciclo de protestas. Las causas son distintas, pero el malestar es el mismo, las demandas también son diferenciadas, pero apuntan todas a un solo objetivo, el cambio social, el llamado a romper con la desigualdad social existente. Los resultados en cada país también han sido distintos, pero en todas, prevalece ahora una sociedad que había estado callada o aletargada, pero cuando despierta y se moviliza, no hay qué o quién la pare.

El caso de Chile llama mucho la atención, pero su génesis y antecedentes históricos son comunes en tanto la sociedad chilena vivió con terror toda la época de la dictadura de Pinochet, un espacio de tiempo en donde las fuerzas armadas y la famosa DINA tomaron actitudes francamente demenciales contra la oposición o los grupos que se organizaron alrededor del gobierno del presidente Allende.

En 1989, la sociedad chilena pudo ser testigo activo del plebiscito en el cual Pinochet pretendía mantenerse en el poder, pero utilizando la vía institucional; sin embargo, la movilización de los grupos sociales organizados o no, así como la campaña del NO, mostraron una creatividad, fuerza y emotividad que sepultaron las posibilidades de Pinochet para siempre. Este personaje siniestro luego sufrió la cárcel en Londres y finalmente murió y seguramente nunca descansará en paz.

La aplicación del modelo ortodoxo de la Escuela de Chicago y dirigida directamente por Milton Friedman, significó, ciertamente, el repunte de la economía chilena, aunque los costos sociales fueron muy altos y se fueron acumulando gradualmente hasta convertirse en una auténtica olla de presión que se cocinaba a fuego lento, hasta que ahora –durante el segundo mandato de Piñera-, explotó estruendosa y fuertemente, provocando la irrupción de la verdadera sociedad chilena: educada, sí; tranquila, sí; aletargada, tal vez; pero estalló con toda la fuerza que se hallaba escondida para exigir transformaciones, así como se escucha, transformaciones de fondo, que provocaron un estallido social incomparable, pero que fiel a su tradición democrática, buscó el acuerdo, el diálogo y el consenso para plantear una sociedad distinta, moderna y con futuro.

Las enormes desigualdades sociales, eran una expresión propia de un modelo económico que generaba crecimiento e igualmente, redujo considerablemente los indicadores de pobreza en Chile, pero ello no implicaba que las desigualdades siguieran mostrando su cara más dolorosa, con lo cual hoy Chile se apresta a decidir en un plebiscito el mecanismo o medio para cambiar la Constitución Política de este país sureño, para que ahí, en el pacto social más importante de toda la sociedad, se plasmen los lineamientos de transformaciones estructurales para cambiar la historia de los chilenos y replantear su futuro, un futuro nuevo, un futuro promisorio, un futuro inclusivo y solidario.

Hoy al ver todos estos acontecimientos, en donde Santiago Santacruz, mi hermano del alma, me ha mantenido al día con publicaciones, música, videos y todo tipo de comunicación que constató el fracaso del gobierno de Piñera para detener el aluvión humano que protestaba, así como mostró con claridad la capacidad de diálogo de todos los grupos sociales para llegar a un acuerdo armonioso, en donde, según encuestas oficiales, el 87% de la población chilena exige transformaciones de fondo.

Durante todo este tiempo que analizaba todos los acontecimientos que ocurrían en Chile, en mis oídos retumbaban las estrofas de aquella vieja canción revolucionaria de Quilapayún, Inti Illimani: “De pie, cantar que vamos a triunfar. Avanzan ya banderas de unidad. Y tú vendrás marchando junto a mí y así verás tu canto y tu bandera florecer. La luz de un rojo amanecer anuncia ya la vida que vendrá. De pie, luchar el pueblo va a triunfar. Será mejor la vida que vendrá a conquistar nuestra felicidad…” y remataba con el estribillo tan viejo pero tan vigente para el mundo y ojalá para Guatemala: ¡El pueblo unido jamás será vencido! Adelante Chile amigo.

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