Mario Alberto Carrera
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Después de la “Novela Histórica” –propiamente dicha– que pergeñó Milla (en su juventud liberal y en su madurez conservador, sólo los lerdos no “transfugamos”) se imitó en Guatemala los nuevos movimientos (Realismo y Naturalismo) y se abandona la forma de novelar de don Pepe. Hubo hombres de prez que aunque ya pocos los recordemos con reconocimiento y afecto, hablaban, traducían y publicaban textos aterrorizantemente hermosos (epígonos de Poe) o desgarradores, desasosegados y anegados de infortunio y desengañados del mundo y de Dios como los de Baudelaire o Rimbaud. Estos autores se leían en la Guatemala de finales del XIX y no digamos de principios del XX por Ramón A. Salazar, Enrique Martínez Sobral, María Cruz o su padre que residieron en EE. UU. y Europa, etc.
Por esta misma razón se incorporaron a las nuevas corrientes literarias y escribieron desde la clave del Realismo y del Naturalismo. Un poco más tarde arribarán el indigenismo, el criollismo, la novela de la tierra, la novela de ciudad y todo ese maremágnum de lo real maravilloso y lo demás es historia.
Pero (en Europa y EE. UU.) con la presencia de James Joyce, Proust, Kafka, Virginia Woolf, John Dos Passos, la novela dio un cambio de 180 grados que pocos novelistas pudieron seguir, continuar y menos superar. La novela dio un remezón sublime y dejó también el realismo y el naturalismo (y el neorrealismo italiano) y se volvió “a clé”. Se trata de la inmersión en los niveles más profundos del inconsciente visionario. Y de la locura.
Parecía que la novela iba a resurgir (que don Quijote podía retoñar) pero no fue así. La novela que cumplió con el teatro una gran función social entreteniendo a las clases medias ilustradas y a los nobles y burgueses eruditos, no funcionó en ellos. De todas maneras ya los había aburrido D’anunzzio y el modernismo. Pero el problema es que no pudieron ¡entender!, la novela de Joyce o de Woolf sobre todo en “Las Olas”. El Boom los volvió a sacudir pero volvieron a dormir. No pudieron con “Rayuela” de Cortázar.
Pero la gente todavía no ha perdido la costumbre de leer novelas y entonces los novelistas –que lo único que les gusta es contar algo que pueda ser interesante o de suspense– se han dado en escribir novelas policíacas (nada que ver con Poe) y “Novelas Históricas”, basadas en sucesos clamorosos, cotillas y chismografía de reciente acción, sobre todo si se trata de hechos que todo el mundo conoce y que los vuelve a “conocer” –de segunda mano– en la nueva “Novela Histórica” del siglo XXI donde aparece gente que hemos visto en revistas “Hola”, o que fueron asesinados en magnicidios irresolutos y apasionantes o de personas que todo el mundo sabe de ellos como los evaporados Castillo Armas o Fco. Javier Arana (¿por Árbenz?) o Rafael Leónidas Trujillo y los Somoza. O Tiburcio Carías, que ayudó a Castillo.
Creo que estamos al final de la vida de la novela. Con obras tan flacas como estas llamadas históricas y las policíacas, el género irá agonizando poco a poco por falta de lectores. Estos se mantienen con la cabeza gacha observando su teléfono en casa o en la calle. En Casa, la tele, la tableta y los juegos electrónicos habidos y por haber. Todo esto rebalsando de detritus que se vierte en nuestros cerebros imbecilizados que no creen en el cambio climático y en el calentamiento global. Todo comienza y todo termina. Estamos en el umbral del fin del mundo que puede durar 100 años y que volverá a surgir de acuerdo con el tiempo circular y el eterno retorno. El planeta ni se inmutará.