Por RAHIM FAIEZ
KABUL, Afganistán
Agencia (AP)
Yousuf llevó a su familia de su pueblo en el este de Afganistán para escaparle a la guerra hace ocho años, pero no pudo librarse de la tragedia. En Kabul murieron cinco de sus hijos, no por la violencia o las bombas, sino por la contaminación del aire, que se agrava con el frío del invierno y la pobreza.
En el campamento para desplazados donde viven, la suya y otras familias se calientan y cocinan quemando la basura que los rodea. Con el correr del tiempo, uno a uno sus hijos contrajeron infecciones pulmonares y otros males derivados de la contaminación. Ninguno llegó a cumplir siete años, según le dijo Yousuf a la Associated Press. Este hombre de 60 años tiene otros nueve hijos vivos.
“No tenemos dinero para ver médicos ni para medicinas. Apenas si puedo alimentar a mis hijos”, dijo Yousuf, quien trabaja como changador en un mercado de verduras y gana apenas un dólar al día. Igual que muchos de sus compatriotas, usa un solo nombre.
La contaminación de Afganistán podría ser más letal que la guerra, que ya lleva 18 años.
No hay estadísticas oficiales acerca de las muertes asociadas con la polución, pero la organización State of Global Air dijo que más de 26 mil decesos podrían ser atribuidos a ese factor en el 2017. La guerra causó la muerte de 3 mil 483 civiles ese año, de acuerdo con las Naciones Unidas.
Kabul, una ciudad de 6 millones de habitantes, es una de las urbes más contaminadas del mundo, con niveles semejantes a los de Nueva Delhi y Beijing. Décadas de guerra diezmaron la infraestructura y generaron olas de desplazados.
La mayoría de los días Kabul está cubierta por una pálida capa de esmog y humo. Autos viejos despiden toxinas, lo mismo que generadores de electricidad alimentados por combustibles baratos. En las casas de la gente pobre queman carbón, basura, plásticos y goma, y lo mismo sucede en hornos de ladrillo, baños públicos y panaderías. Muchos edificios de departamentos no tienen un sistema sanitario adecuado y se acumula basura en las aceras y las calles.
La gran mayoría de las víctimas se contaminan con el aire de sus viviendas, donde las familias queman lo que encuentran para combatir el frío del invierno en Kabul. En la capital nieva y a menudo hay temperaturas bajo cero. Los niños y los ancianos son particularmente vulnerables.
Al menos 19 mil 400 de las muertes del 2017 fueron atribuidas a la contaminación de las casas, según State of Global Air.
En el campamento de Yousuf, donde viven más de un centenar de familias, no hay un sistema sanitario ni de agua potable adecuado. El lugar está rodeado de vertederos de basura. Los niños escarban entre los desperdicios en busca de papel, ropa, palos o plásticos, cualquier cosa que se pueda quemar.
Décadas de guerras agravaron la situación del medio ambiente en Afganistán y los problemas asociados con la contaminación figuran abajo en la lista de prioridades de un gobierno que lidia con la inseguridad, la corrupción y una economía frágil.
El departamento del medio ambiente de Kabul lanzó un programa para controlar las emisiones de los autos viejos, una de las principales fuentes de contaminación.
En la antesala de lo que se espera sea un invierno muy frío, la municipalidad pidió a la población que deje de quemar basura y use combustible.
El combustible, no obstante, es demasiado caro para mucha gente, lo mismo que los calentadores eléctricos. Y hay frecuentes cortes de luz.
Sediqi, el funcionario de la oficina de protección del medio ambiente, dijo que desde la formación del primer gobierno de la era post-talibán en el 2001 no ha habido planificación de la infraestructura urbana y la gente encaró obras por cuenta propia.