Por PETER ORSI Associated Press
LA MORA, México (AP) —
Después de los funerales y de enterrar a varias de las mujeres y niños estadounidenses asesinados por un cártel del narcotráfico en una emboscada, los residentes de La Mora, un pueblo de alrededor de 300 habitantes, tienen que enfrentar el miedo provocado por los ataques en una comunidad muy unida.
«No me siento seguro aquí y no me sentiré, porque la verdad es que no estamos seguros aquí como comunidad», dijo David Langford entre lágrimas al dirigirse ayer a los asistentes al sepelio de su esposa, Dawna Ray Langford. Los residentes de La Mora se consideran «mormones» aunque no están afiliados a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Aunque la Colonia LeBarón está tranquila desde el asesinato de uno de sus miembros en 2009 y la posterior instalación de una base de seguridad, La Mora carece de esa presencia, al menos hasta que la masacre del lunes hizo que las fuerzas estatales y federales se desplegaran en la zona para proteger a los dolientes. El tiempo que permanezcan allí será crucial para determinar el futuro del pueblo.
«Estamos aquí en las montañas, no tenemos acceso a las autoridades, o muy, muy poco», añadió David Langford.
Los soldados mexicanos hicieron guardia durante los entierros del jueves, un recordatorio de los peligros que enfrentan al vivir en un territorio que se disputan dos cárteles de la droga.
El viernes, los cuerpos de Rhonita Miller y cuatro de sus hijos, todos ellos asesinados en la carretera entre La Mora y el estado de Chihuahua, estaban siendo llevados de vuelta a través de ese mismo paso montañoso de tierra y roca en un convoy de camionetas pickups y SUVs para ser enterrados en la Colonia Le Barón, que se despertó bajo una incesante llovizna mientras la gente de la localidad se preparaba a partir hacia el cementerio.
Miller fue elogiada como un «espíritu inocente y un corazón hermoso» y como una mujer cuya risa «podía iluminar una habitación».
A su hijo Howard Jr. le encantaba el básquetbol y recientemente se entusiasmó al hacer su primer triple; su hija Kristal fue «la niña de los ojos de su padre»; los mellizos Titus y Tiana, nacidos el 13 de marzo, fueron recordados como «dos ángeles perfectos en los primeros momentos preciosos de sus vidas».
La Mora y Colonia LeBarón están entrelazadas por décadas de matrimonios y nacimientos, y comparten un sentido de comunidad como mormones de habla inglesa y de doble ciudadanía que viven en México, aunque si hay algunas divergencias entre familias sobre ciertos puntos de vista y prácticas religiosas. Como una derivación de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no están afiliados con la iglesia principal.
Ubicada en una carretera que atraviesa el norteño estado de Chihuahua, Colonia LeBaron es el hogar de agricultores que cultivan nuez, alfalfa y algodón. El estado es también el hogar de los cárteles de la droga que pasan de contrabando sus productos a través de la frontera con Estados Unidos, y que a veces se enfrentan sangrientamente por el territorio.
Pistoleros del cártel de Juárez habrían montado supuestamente la emboscada como parte de una guerra territorial con el cártel de Sinaloa, cuando las víctimas pasaron inadvertidamente por ella.
Según las autoridades mexicanas, los agresores podrían haber confundido las camionetas en las que iban las mujeres con las que utiliza el cártel rival, pero Julián LeBarón, cuyo hermano Benjamín _ un activista contra el crimen _ fue asesinado por sicarios de un cártel en 2009, rechazó esa versión.
«Tenían que saber que eran mujeres y niños», dijo agregando que los ocho menores que sobrevivieron contaron que una de las madres salió de su camioneta con las manos en alto y aun así fue baleada.
Los lugareños dicen que han sido dejados solos con las pandillas en LeBarón desde 2009. Sin embargo, los asesinatos pusieron de manifiesto la situación de inseguridad en La Mora, mucho más aislada, con una población de unos 300 habitantes, donde la gente tiene que conducir unos 20 minutos fuera del pueblo para captar la señal de celular. Los residentes comparten las contraseñas WiFi de sus casas con sus vecinos, para que puedan conectarse a lo largo de la carretera principal.
Es demasiado pronto para decir con seguridad lo que le sucederá a La Mora, pero los lugareños están sopesando si es seguro quedarse. Steven Langford, que fue alcalde de 2015 a 2018, predijo que la mitad podría irse, convirtiéndola en una «ciudad fantasma». Otros dicen que no se marcharán.