René Leiva
La ideología ha sido comparada con un traje mental/emocional del individuo o del grupo, adaptado y adoptado con la edad y por circunstancias, no de golpe; pero de qué está tejido, desde dónde y cuándo. Esa vestimenta que asume y cubre la primigenia desnudez doctrinal/dogmática llega a transformarse en otra piel y llevar al fanatismo (auto) destructivo. Piel que se desdobla espejo para atisbar al monstruo. Piel opaca o traslúcida, clara u obscura; también horriblemente tatuada.
Cada quien tiene una ideología según le va en la feria, en el carnaval o en el circo.
La ideología no debería ser superior o sobrepasar la calidad humana y social de quien la exhibe; no debería suplantar a su siquis ni a su propio cuerpo físico. La ideología como otro esqueleto, otra carne, otros nervios.
¿Con qué comparar al supuesto partido político carente de una ideología digna de tal nombre?
Como ninguna ideología es químicamente pura, ya que todas están contaminadas de impurezas más o menos heterodoxas, eso no deja de contrariar y en la práctica contradecir la ortodoxia dogmática/maniqueísta del individuo que cree tener puestas en lugar preciso todas las piezas de su rompecabezas ideológico. Las ocasionales coincidencias con sus contrarios, oh paradoja, humanizan y desmaniquean al fanático, a su pesar.
¿Es la ideología una sesgada aventura, muchas veces involuntaria, entre el nacimiento y la muerte?
El fanatizado ideológico deviene en un ser estéril, no una voz sino un eco, no luz sino mero espejo distorsionado. Un árbol torcido. No puede esconder su marca de fábrica, su etiqueta en serie, el reusado molde de su ideario, mostrándolo con ridículo orgullo.
¿Es ocioso anotar que si la zoología, la biología y la fisiología humana tuviesen determinada ideología nada humano como tal existiría? ¿Tiene o tuvo ideología la evolución, la llamada selección de las especies? Cierta ideología diría que sí, por supuesto. ¿Tiene ideología la lluvia? Depende si cae en una residencia de lujo o en una covacha de cartón a la orilla del barranco. Igual con los terremotos, las inundaciones, las sequías, las hambrunas.
Conócete a ti mismo, sí, mejor, un grado más que a tu ideología.
¿Es la ideología, en muchos casos, una herencia fatal, herencia familiar, social, de clase…? ¿Se elige a pausas o se es elegido por ella, su telaraña, sus trampas, su magnetismo? ¿Se está cómodo, “realizado”, pleno, exitoso, en o con la ideología, cabalmente ideal, cualquiera que sea, porque el tiempo pasa y es tarde para cambiarse de piel, así haya sido de camaleón, en ciertos casos?
Se sabe de individuos, ambos sexos, a quienes se les ve el forro y las costuras de su ideología según la posición del sol, el paso de las sombras, la dirección del viento, la temperatura ambiente.
Conócete a ti mismo, es decir, no te confundas con tu ideología, guarda la razonable distancia, que no te suplante y usurpe tu sagrada identidad. Es decir.
Según el reciclado espíritu del brujo de Boca del Monte, el gobierno del italiano será igual o peor (sic) que el del payasete chafa. ¡Uf! No hace falta ser brujo.