Francisco Cáceres Barrios
Me gusta leer. Usualmente mantengo hasta tres libros en proceso de lectura porque es muy raro que alguno no me permita aprender algo. Lo anterior, sumado a la fuerte campaña de mercadeo de la nueva novela del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, me llevó a leerla y como bien sabemos, toda novela gusta o no gusta. Esto último me ocurrió con “Tiempos Recios” debido a que su narración o descripción de los hechos ocurridos durante el tiempo en que Jacobo Árbenz Guzmán gobernó Guatemala, como las causas que motivaron su caída, no fueron precisamente las que yo viví, las que por cierto me dejaron honda huella en mi formación en el preciso momento comprendido entre mi pubertad y adolescencia.
Soy una persona que me gusta entrar al fondo de cada asunto que se me presenta, más aún cuando de hechos históricos se trata, dejando de lado la fantasía para pasar de lleno a la plena realidad. Creo que cometí el error de no poner atención a las palabras del mismo autor cuando dijo en una entrevista: “No es un libro de historia, hay elementos de ficción, imaginación e invención entre verdades con hechos históricos. Así que no me crean, lean el libro sin prejuicios”. Eso fue lo que hice y al finalizar su lectura comprendí por qué en un comentario de presentación de la obra se leía: “Se ha ceñido a respetar los hechos básicos de la historia para a partir de ahí tomarse libertades”.
Comprenderán entonces por qué no me gustó la novela a pesar que seguramente podrá ser un éxito de ventas, pero no porque se haya apegado a la realidad histórica, pues al transformarse en ficción se vuelve una realidad aparente. Se asegura por ejemplo que Árbenz fue acusado falsamente por la CIA de ser comunista y ¿qué hacer entonces con el sinnúmero de relatos, noticias, reportajes, evidencias y testimonios de la época de los que fui testigo en su momento, a los que ni él ni su gobierno nunca pudo esclarecer? Creo que una historia contada por alguien, fuera periodista, poeta o escritor no es fundamento para escribir una novela con la connotación de relatar hechos históricos. El solo decirlo es una contradicción.
Aparte de diversas imprecisiones de datos históricos se trasluce en el transcurso de la novela una especie de resentimiento, empleando términos de manera despectiva para personajes como Francisco Javier Arana o el mismo Carlos Castillo Armas y su esposa, al calificarlos como “aindiados” lo que no solo resulta deleznable para empobrecer sus méritos, sino conlleva la intención de ofender. Se olvidan cosas elementales, como que el primero ocupaba el cargo de Jefe de las Fuerzas Armadas mientras Jacobo Árbenz era Ministro de la Defensa cayendo en un olvido imperdonable para que el lector comprendiera a cabalidad la clase de relación real que existió entre ambos. Faltan muchos detalles, tantos, que contribuyen a decir que no se escribió la verdad.