Mario Alberto Carrera
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La violencia sin límites y sin ambages es una de las características que definen ricamente -y, en primer término- a este pequeño país que se llama “¡Guatemala feliz!”, según el autor de la letra del Himno, un poeta cubano del Modernismo que debe haber navegado sobre el lomo de blancos cisnes y tenía pensamientos blancos como sus naves de níveas plumas.
La violencia es efecto de la represión, de ser víctima de situaciones humillantes o racistas, pero ¡sobre todo!, de la pobreza que padecen los condenados de la tierra. Pero de parte de los represores, la violencia es el más eficaz procedimiento para la explotación y, sobre todo, para hacer montañas de apestosas coimas que es, según los políticos al día, la única razón para la fundación de un partido o agencia que lleve a sus suscriptores y simpatizantes a la posibilidad de un enriquecimiento rápido y eficaz.
Pero hasta en él – en el golpe de Estado- la violencia no se desboca ni se brutaliza, aunque eventualmente en más de uno de ellos ha habido muertos y heridos, pero lo “normal” es que no lo haya.
Los grupos o partidos en Guatemala no llegan fácilmente a acuerdos y no son capaces de la interlocución internamente. Rápidamente se agrietan y se quiebran porque un ala quiere que el mandatario haga de tal y tal modo los negocios conocidos como transas, para mayor gloria de Dios y de los que están al pie del cañón para recibir los beneficios de la extorsión o la comisión. Mientras, otra ala quiere lo contrario. No debaten por ideas políticas o por ideologías sino ¿cuánto va a ser lo que te toque a vos y cuánto lo que me toque a mí, por ejemplo, en eso del agua mágica. Y si no se ponen de acuerdo se arma la de Dios es Cristo, brotan las amenazas y no se tientan el alma (si la tienen) para quitar de en medio a quien está estorbando el negocio o las posibles transas (transacciones) que de veras sean colosales.
La muerte de Carlos Alberto Castillo Armas, por cuyas iniciales los geniales estudiantes le pusieron Caca, se debió a asuntos mucho más pedestres que la invasión que lo llevó al solio presidencial. Aunque yo soy antiliberacionista ¡a toda prueba!, concedo que la lucha de la Liberación tuvo más enjundia y abundante participación de importantes personajes de la geopolítica, que el propio magnicidio del pobre Caca, cuya trama fue casi tan hilarante como una de vaqueros disfrazados de militares. Todo se reduce a eso. Un grupo de la Liberación quería que el caudillo torciera el timón más a la derecha y la otra troupe lo quería más a la izquierda. Y como este es un país de empecinados rabiosos, la solución de Enrique Trinidad Oliva y su hermano Francisco –tal vez con otras ayuditas físicas como las de Roberto Castañeda Felice y acaso la del dominicano que no era más que un sicario de lujo- tomaron la determinación de que, si no les hacía caso Castillo, lo más fácil era despacharlo al cielo vía Esquipulas. Y así fue.
Aquello fue dentro del mismo grupo de la Liberación por un timonazo a la izquierda. Pero en cambio el magnicidio de monseñor Gerardi, fue una timonazo hacia la derecha absoluta, porque el Obispo denunció y enlistó a todos los militares y sus secuaces que habían consumado genocidios y otras cosas no menos repulsivas contra los pueblos originarios.
Pero queda un magnicidio sin aclarar y que es riquísimo en historia. El del coronel Francisco Javier Arana. Y la cosa tiene ilación: Francisco. Javier Arana-Árbenz-Castillo Armas. E ilación ultra ideológica.
Veré si continúo con esta idea.