Edith González
“Ya tenemos las estadísticas del futuro: altos porcentajes de contaminación, sobrepoblación, desertificación. El futuro ya está aquí”.
Gunter Grass
Robusto, alto, vigoroso, era la figura del coronel Antonio Batres, un oficial de la Fuerza Aérea de Guatemala y de quien se decía que pilotaba el avión “P-51 Mustang”, llamado popularmente “Sulfato”, por las reacciones que generaba a su paso sobre la capital guatemalteca durante la invasión de Castillo Armas en el 54.
Gustaba investigar nuestros lagos, y así supe por la prensa de la época que había estado en el fondo del lago de Amatitlán, lugar frecuente para excursiones donde se comía mojarra frita pescada del mismo lago.
El coronel Batres conocía el lago como la palma de sus grandes manos. Decía él que la figura del lago era de un 8 recostado en sus aguas azules. Tras la Revolución del 20 de Octubre de 44 las riberas del lago se llenaron de cómodos chalets en cuyas aguas se podían observar embarcaciones para recorrer ese espejo de agua. A la mitad del lago pasaba el tren que viajaba a la costa.
Ahora el lago agoniza, su muerte está cerca. Se estima que en 20 años el lago será un lodazal, apestoso, agonizante ante la vista de miles de guatemaltecos. El lago quedara en las fotos y crónicas del coronel Batres. El ingreso de millones de toneladas de desperdicios, o basura; contaminación hídrica que arrastra desperdicios humanos, ingreso de sedimentos entre ellos arena, tierra y otros y finalmente la llegada de desechos sólidos.
En sus mejores momentos el fondo del lago era de treinta metros, pero ahora…esa profundidad está a quince metros. En los últimos años se estima que el lago ha recibido casi dos millones de metros cúbicos de basura de diversas especies que lo están matando a pausas. Se han perdido más de siete mil metros cuadrados de agua y esto lleva a una muerte segura al lago que fue el lugar favorito de familias guatemaltecas que los domingos se iban a bañar a sus aguas, a comer las mojarras y comprar dulces típicos.
Gobiernos van, otros llegan, y los primeros ofrecieron, pero no cumplieron. Los otros “estudiarán” el problema pues no lo conocen… aplican “sales milagrosas” para limpiar el agua que incluso frente a la prensa bebieron, y el tiempo se va y el lago se muere lentamente.
Sus aguas finas, de profundo azul, son ahora verde sucio, si es que las toneladas de desechos permiten verlas. Huelen mal. De su mayor afluente el río “Michatoya”, otro recuerdo, cuando en la década de los 70 depositaba en el lago millones de galones de agua de lluvia que arrastraba de los montes altos al occidente de la capital.
Del “Michatoya” se dice que ahora en invierno lleva toneladas de basura al lago que provienen de los municipios que rodean la capital eso es lo que arrastran al lago. Basura, animales muertos e incluso, restos humanos. ¿Cuánto tiempo de vida le queda al lago? El coronel Batres ya no puede darnos ese dato, pero seguramente si regresara a la vida, moriría en el momento, al ver como aquel lago que admiró, es un casi pantano… ¿O ya los es…?