Raúl Molina
El 75º aniversario de la Revolución del 20 de Octubre de 1944, que celebraremos en pocos días, tiene gran significado, por la importancia de la gesta revolucionaria -verdadero y único parteaguas en la vida nacional- tanto en el triunfo frente a una dictadura cívica-militar, como las que tanto hemos padecido en nuestra historia, incluida la actual “dictadura de la corrupción”, y por las transformaciones profundas logradas en el Estado y la sociedad de Guatemala en diez años. En los años de antihistórica contrarrevolución, ha sido la visión democrática que irrumpió con la Revolución la que ha sostenido las luchas de resistencia del Pueblo. Primero, los intentos por recuperar la democracia, desde la rebelión de los cadetes de la Escuela Politécnica el 2 de agosto de 1954 y el levantamiento de oficiales del Ejército el 13 de noviembre de 1960 hasta la conformación de las organizaciones guerrilleras a partir de 1962, la lucha política de la social democracia y otras fuerzas democráticas, y la formación de la URNG, como vanguardia revolucionaria, a partir de 1982. La lucha de la URNG frente al sanguinario Ejército, capaz de cometer genocidio y otros crímenes de lesa humanidad contra la población civil, obligó a los poderosos del país y al imperio a entrar a un proceso de negociación y firmar el Acuerdo de Paz Firme y Duradera en 1996. Sus disposiciones les dieron vigencia actualizada a los planteamientos de la Revolución de 1944 y de la lucha revolucionaria más reciente.
A partir de 1996, el movimiento revolucionario, voluntariamente desarmada la URNG, ha probado la vía política para intentar la recuperación de la democracia, contando con el apoyo decidido de la comunidad internacional para el fortalecimiento del Estado de derecho y las instituciones democráticas. Aceptó jugar en una cancha que nunca ha sido ecuánime, porque está sesgada a favor de los grandes capitales, y no ha logrado que la vía política sea equitativa. Los poderosos del país, en vez de cumplir los compromisos asumidos con la firma de la paz, se han aprovechado de los recursos brindados al país por la ONU y diversos países, y han socavado las disposiciones del Acuerdo. Al entrar Estados Unidos en la fase de desesperada defensa de su condición de imperio, peor aún bajo el más tétrico presidente que ha tenido, los poderosos han aprovechado para desmantelar lo poco de democracia que se había avanzado y lanzarse a la más descarada rapiña del país, en alianza con las fuerzas armadas y de seguridad. Sus abusos e impunidad no significan, sin embargo, que el movimiento revolucionario esté muerto. Por ello, decimos que este 20 de octubre es punto de partida para la renovación revolucionaria. Al celebrar con emoción los setenta y cinco años de lucha constante y firme, y hacer memoria de miles de personas revolucionarias que han ofrendado su vida, debemos construir las nuevas estructuras revolucionarias y sus instrumentos de lucha. Quienes no pensamos abandonar los esfuerzos por culminar la Revolución al plazo más corto posible, nos convocamos en esta fecha a una rearticulación y marcha hasta obtener el triunfo que los poderosos nos han negado.