Juan Jacobo Muñoz
Los seres humanos no somos muy distintos unos de otros. Un poco más o un poco menos, tenemos respuestas emocionales poco asertivas, por una pobre capacidad de expresar lo que queremos transmitir. En parte por demandas culturales y mucho por ineficiencia.
A cambio de ser asertivos, la mayoría podemos ser pasivos, agresivos o pasivo-agresivos. La consecuencia es, no solo que la comunicación se pierda, sino que fácilmente podemos enfermar o ser disfuncionales.
Como consecuencia de lo anterior, solemos entrar en crisis; principalmente cuando la intensidad del estrés, supera nuestros mecanismos adaptativos y nos sentimos desarmados. En este punto, es válido apuntar que, cada persona enfrenta el estrés, con sus recursos. De ahí que haya tantas cosas, que no parecen lógicas en la conducta humana.
De pronto entramos en períodos de agitación psicomotriz, marcados por emociones desmedidas y conductas compulsivas. Cuando nos angustiamos, sentimos incluso que podríamos consumirnos y morir. La impulsividad consecuente, lo único que busca es proveer algún alivio.
Estas crisis, generalmente ocurren cuando queremos ser reconocidos por los demás y buscamos incesantemente la validación externa. Los puntos ciegos de nuestro psiquismo, todavía en proceso de individuación, no nos dejan ver nuestras consignas, prejuicios y complejos, que, emergiendo del inconsciente, nos empujan y nos llevan a un despeñadero.
Entre que la vida es incierta y la muerte certera, encontramos que la muerte no tiene versiones y que a la vida podemos darle muchas, y por eso la manoseamos, la corrompemos y huimos así, de la conciencia de la muerte. Imagino a la muerte, jugando al gato y el ratón, con cada uno de nosotros.
La muerte es inevitable y ya; pero no hay una forma sencilla de sobrellevar algo tan complicado como la vida. Solo puede lograrse algo, cuando se hacen a un lado los chapuces del autoengaño, que intenta que parezca fácil, lo que en realidad es difícil. Es decir, cuando se acepta el sacrificio de hacer todo lo que hay que hacer.
A esta incapacidad de ponernos en contacto sincero con nuestros sentimientos, y de asimilar y comunicar emociones, se le conoce como alexitimia (a-sin, lexis-palabra, thymos-ánimo, espíritu). Sin lenguaje para el humor o disposición del ánimo manifestado externamente. Un problema para asumir y expresar lo que se siente.
Esta condición de la que hablo, además de incapacitar la expresión de sentimientos, limita también la capacidad de abstracción para manejar símbolos e imágenes. Esto hace que, ante la limitación de la imaginación, queramos reducirlo todo a cosas muy concretas y tangibles, y entonces echamos mano de la acción para enfrentar los conflictos. Bebemos si nos abandonan, si estamos tristes salimos a comprar zapatos, practicamos sexo para sentir que valemos, buscamos actividad intensa cuando estamos exhaustos o tenemos hijos para arreglar matrimonios.
En otra forma de buscar lo concreto, a la angustia de fondo, la literalizamos, inconscientemente por supuesto, en síntomas físicos; y somatizando, nos llenamos de padecimientos sin explicación médica; o empeoramos algunos que, siendo reales, no deberían ser tan graves. Los blancos fáciles de este enredo psicosomático, son dolencias como asma, diabetes, hipertensión, úlcera péptica, colon irritable, migraña, dermatitis y muchos más.
Lo dije antes, la vida es difícil. Somos sensibles a todo y todo nos golpea; pero debemos salir del shock y la desorganización del período de agitación de la angustia, el miedo y la ira; para dejar pasar a la depresión que queremos evitar. Esta, de manera homeostática, nos da descanso y nos ayuda a ser humildes y a aceptar la realidad.
Es necesario romperse, caer de rodillas y abrirse a la verdad sin disfrazarla con ingenuas versiones. La única forma de gastar el dolor es sintiéndolo, pero primero hay que reconocerlo.