Luis Enrique Pérez
Un reciente espectáculo político e ideológico de la Organización de las Naciones Unidas sobre el clima fue el motivo por el cual, en varios países del mundo, masas de gente, con licenciosa irracionalidad y febril ansia cavernícola, exigieron a las autoridades gubernamentales y a las grandes empresas actuar para detener y hasta destruir la industrialización. El propósito es evitar el presunto calentamiento global antropogénico o calentamiento causado por el ser humano; y volver a la temperatura planetaria que supuestamente había antes de la era industrial.
Empero, serenamente la ciencia se erige impoluta sobre el zoológico griterío de semejantes masas demenciales. Y solemne se muestra escéptica sobre un calentamiento global que el ser humano provocaría mediante la emisión de gases, principalmente dióxido de carbono, que vertidos en la atmósfera retendrían la energía solar reflejada por la superficie terrestre. Empero, la ciencia no solo muestra ese escepticismo, sino que se abstiene de admitir que hay calentamiento, y hasta predice un enfriamiento. Y denuncia que el calentamiento antropogénico es una invención del eclesiástico Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, patrocinado por la Organización de las Naciones Unidas.
Me apresuro a afirmar que ese panel no es una institución científica o académica. Es un antro político e ideológico, en el cual la ciencia se consume en la hoguera del más ominoso dogmatismo. Es un prostíbulo pseudocientífico que ha reconocido que realmente el clima no le importa, sino le importa destruir el capitalismo. Es también una institución que contribuye a la prosperidad económica de los climatólogos, a cambio de que crean o simulen creer en la fraudulenta teoría del calentamiento global antropogénico. Y la economía de miles o de decenas de miles de personas dependen ya de esa fraudulenta teoría. Y el fraude se ha convertido en fuente de un cuantioso negocio, o en origen de una industria independiente.
La creencia en un calentamiento global antropogénico surge de la corrupción de la ciencia. Es propaganda política o ideológica, propicia para influir en masas que exhiben una abismal ignorancia sobre lógica, matemática, física, química o biología; o sobre geología, astrofísica u oceanografía. Agregase a esa ignorancia una genética ineptitud para comprender, en general, la filosofía de la ciencia, y en particular, la naturaleza de una teoría científica.
No hay prueba científica de relación de causa y efecto entre presunto calentamiento global y gases vertidos por el ser humano en la atmósfera. Y la creencia en que un aumento de la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera causa un aumento de la temperatura es refutada por el registro, en núcleos de hielo, de temperatura y de composición atmosférica de gases. Ciertamente, en la historia del planeta, el dióxido de carbono nunca ha provocado un cambio de clima.
El clima de la Tierra cambia constantemente. Y en la historia de la Tierra ha habido períodos durante los cuales la cantidad de dióxido de carbono ha sido varias veces mayor que en el período presente, aunque no haya habido ser humano ni, por consiguiente, capitalismo, industrialización y emisión humana de ese dióxido. Y ninguno de los grandes cambios climáticos que han ocurrido durante los últimos mil años puede ser explicado por un cambio de la cantidad de ese mismo dióxido.
Post scriptum. Christina Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco Sobre Cambio Climático, de la Organización de las Naciones Unidas, declaró que la tarea no es “salvar al mundo de una calamidad ecológica.” “Es transformar intencionalmente el modelo de desarrollo económico.” Es decir, la tarea es el anticapitalismo.