Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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Como nunca había pasado antes, ahora hay cinco largos meses entre la fecha en la cual fue electo el nuevo Presidente y la de su toma de posesión.

Quien conquista el poder político de un Estado lo hace para gobernar, lo cual se concreta en el impulso de políticas públicas. Comparto el criterio de quienes afirman que la política se concreta, fundamentalmente, en las políticas públicas correspondientes.

Resulta por lo tanto interesante este hecho novedoso de un período tan largo de transición de cara al ejercicio del poder por la nueva administración.

Es muy bueno que haya un lapso suficiente para que los funcionarios de primer nivel entrantes y sus equipos se reúnan con sus similares actuales y éstos puedan rendir todas las informaciones posibles, de orden cuantitativa y cualitativa.

Esto es importante para que quienes asumirán el 14 de enero puedan adecuar sus propuestas programáticas a la situación prevaleciente. Y es que en la realidad natural y social no existen negaciones absolutas, ni siquiera cuando se presenten opciones antagónicas. Sólo se puede negar a partir del reconocimiento de lo existente. Y es que por contradictorio que sea lo que se proponga, siempre habrá elementos de lo que se quiere cambiar. No hay negación absoluta, siempre lo nuevo contiene elementos de lo viejo.

Es muy simpático al oído de los inconformes, que en Guatemala sin duda son la inmensa mayoría, decir que “todo cambiará”. Un nuevo líder que llegue a ocupar una posición de poder anunciando “borrón y cuenta nueva”, seguramente estará asumiendo un discurso basado en ese “lugar común” (la inconformidad con lo que existe). El futuro, muy cercano, de ese líder sería el mesianismo autoritario, aquél que afirma “antes de mí, nada; después, todo”.

Pero aclaro, las anteriores argumentaciones NO están dirigidas a promover o justificar el continuismo, la inmovilización y la imposibilidad de hacer rupturas. Éstas pueden ser necesarias, pero aun así hay que reconocer lo que se quiere transformar y tener claro que los instrumentos con los cuales se impulsará tal pretensión son los existentes, que fueron construidos en el pasado, remoto o reciente, pero pasado.

El sueño dorado de las políticas públicas es su carácter intertemporal, es decir que no se interrumpan con cada nuevo gobierno, que haya continuidad en ellas.

Sin embargo, ese atributo de continuidad se basa en el supuesto de no interrumpir las políticas que estén teniendo efectos virtuosos en la realidad en la cual se implementan. No implica rechazar la interrupción de las que tengan efectos perversos.

Ahora bien, pera tener capacidad analítica sobre la virtuosidad o perversidad de lo que se esté haciendo es fundamental conocer las intervenciones en proceso de ejecución.

En correspondencia con lo afirmado en los párrafos anteriores, es necesario que el gobierno actual se abra por completo a la transición, que proporcione toda la información. De igual manera, es fundamental que los nuevos gobernantes escuchen al detalle lo que les informen y analicen con seriedad a qué le darán continuidad y, sobre la base de ese conocimiento, definan cómo harán lo nuevo que quieran ejecutar.

Hay que aprovechar el largo período de transición.

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