Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Los efectos mundiales del abuso de antibióticos en términos de la resistencia de los microbios a su efecto es alarmante y sin duda fue una de las causas que llevaron al Ministerio de Salud Pública de Guatemala a prohibir la venta sin receta médica, tal y como se hace ya desde hace tiempo en otros países. Sin embargo, hay que advertir que son muchos los casos de médicos que recurren a esa clase de tratamiento de forma cajonera, al punto de que se sabe de algunos galenos a los que sus colegas y hasta sus pacientes les dicen “el doctor antibiótico” porque para cualquier dolencia, sea de tipo viral o infecciosa, siempre se los rempujan al paciente.

El hecho de que se requiera receta médica puede terminar siendo inútil si no hay seguimiento adecuado de ese cúmulo de recetas, puesto que, como ocurre con los opiáceos, de nada sirve la exigencia si no se aprovecha la información para determinar aquellos casos en los que el recetario se utiliza con absoluta irresponsabilidad.

La mayoría de los médicos en Guatemala, país reconocido por la calidad de los profesionales de la medicina que ha formado, son personas estudiosas y responsables que dedican su vida a atender bien a sus pacientes y a esforzarse por proporcionarles el más eficiente tratamiento. He tenido la experiencia familiar de ver a médicos que se desvelan estudiando casos complicados que requieren de todo su conocimiento. Y es que parte de la formación de la mayoría de los médicos está no sólo en el conocimiento amplio producto de toda una vida de estudio, sino en esa vocación especial de dar lo mejor por todos y cada uno de sus pacientes.

Pero también he conocido casos de médicos que una vez graduados literalmente “cuelgan los libros” y no vuelven a estudiar absolutamente nada y sus lecturas llegan, si mucho, a los panfletos que les llegan a entregar los visitadores médicos. Es esa clase de médicos que son tan cínicos que hasta presumen de especializaciones que no tienen, la que cae en esa maña de andar rempujando antibióticos a sus pacientes a la loca. Es más, de los antibióticos lo que les preocupa es que sean de muy amplio espectro para que le pueda pegar a cualquier cosa y sus salas de espera se mantienen relativamente llenas porque se aseguran que ningún paciente se vaya sin el consabido tratamiento y sin las órdenes de laboratorio porque allí obtiene jugosas comisiones.

Por ello digo que siendo una situación tan grave la que se produce con el abuso del tratamiento por la vía de los antibióticos, no basta con prohibir su venta sin receta médica porque no son pocos los casos de esos médicos que, por ignorancia y avaricia, recurren a tales tratamientos sin reparar siquiera en el perjuicio que le hacen al paciente que irá desarrollando una peligrosa resistencia que puede tener fatales consecuencias cuando de verdad se presente una infección.

Como en todos los gremios, son muchos los buenos médicos que estudian y se preparan mucho más allá del requisito universitario, pero no son pocos los mercaderes que nunca más vuelven a tocar un libro y que nunca se han suscrito a publicaciones médicas porque ni el estudio ni la lectura son su fuerte.

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